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Arrojar pintura en los museos

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POLÍTICA, ARTE

Arrojar pintura en los museos

05/12/2025
8 min.

El pasado 12 de octubre dos militantes de Futuro Vegetal atentaron contra la obra Primer homenaje a Colón de José Garnelo, expuesta en el Museo Naval de Madrid. La organización lo ha planteado como una crítica a siglos de «opresión, explotación y genocidio de la población originaria de Abya Yala». «Abya Yala» es un término propio de los cuna panameños, adoptado por el activista indigenista Constantino Lima para referirse al continente americano. Es pues, tal como tiene reconocido el propio Lima, una invención reciente, pues los cuna de Panamá difícilmente podían tener un concepto para referirse a un continente que desconocían como tal. Para los cuna, Abya Yala sería, en todo caso, «tierra en plena madurez». Para más inri, el concepto fue promovido por un misionero salesiano italiano, Juan Bottasso (cabría algún día hablar del papel de las misiones católicas en el azuzamiento de los movimientos indigenistas y particularistas contra la ciudad terrenal, i.e. el Estado-nación centralizado). 1 Posteriormente, ante la mala recepción de la intervención en el Museo Naval, Futuro Vegetal se reafirmaba a través de sus redes sociales, habían realizado una «acción directa contra la propaganda colonial y genocida». Estos actos nos remiten a los que se han venido sucediendo desde, por lo menos, octubre de 2022, cuando activistas de Just Stop Oil arrojaron pintura contra la mampara protectora de Los Girasoles de Van Gogh. Arrojar pintura contra obras de arte, o simular el destrozo de las mismas (como ocurrió con la réplica de un Sorolla en Oviedo en febrero de 2023), se ha convertido en un modus operandi habitual por parte de grupos ecologistas en su búsqueda de incidencia mediática. A ello se suman acciones donde los activistas de estas organizaciones se encadenan cortando carreteras u obstruyendo frente a las vallas de instalaciones fabriles. Estamos pues ante movimientos-protesta, movimientos articulados por «acciones de alta disrupción» como estrategia.

I. Hacerse las preguntas correctas

En primer lugar, conviene mostrar toda nuestra solidaridad y apoyo ante los innumerables casos de represión sufridos por los activistas de Futuro Vegetal, Extinction Rebellion, Just Stop Oil y otras organizaciones; y no está de más el reconocimiento del arrojo necesario para acometer determinadas acciones de protesta. En momentos de auge de las fuerzas reaccionarias, belicismo, autoritarismo y desmovilización del movimiento obrero uno no puede evitar tener como poco empatía hacia aquellas personas que ponen el cuerpo por causas justas. Ahora bien, ese reconocimiento no puede ser óbice para hacer unas determinadas objeciones. Por lo general, el debate no desborda el plano de la mayor o menor conveniencia de estas acciones, ¿realmente conciencian a la gente del problema denunciado? ¿No generan más rechazo que reflexión? ¿Qué incidencia tiene más allá de darse a conocer como organización? En ocasiones se les concede la razón en el fondo, pero no en las formas. Aquí defenderemos que tampoco tienen razón en su mensaje, en tanto en cuanto apunta a donde no debería.

La actuación tiene por objeto remover las conciencias de las masas, apelar a los millones de personas que viven en un tren de vida que circula por las vías de la sobreexplotación, el consumismo y la separación de las condiciones vitales naturales básicas. En el caso de la protesta que nos ocupa, concienciar sobre el colonialismo contra «los pueblos originarios». La pregunta que seguramente se hagan los militantes de Futuro Vegetal tras haber sido noticia en todos los grandes medios es: «¿Y ahora qué?». ¿Es la cuestión medioambiental, nuestra interacción metabólica como especie con nuestro entorno físico-natural, o la cuestión del colonialismo, una cuestión de «conciencia»? ¿Es la «propaganda colonial» lo que hay que atajar? Desde la perspectiva de este tipo de acciones pareciera que el problema es que la gente no se entera, y no se quiere enterar, de que el planeta está en peligro. Quizás lo que ocurre es que la gente no sabe nada de la catástrofe humana que supuso para los pueblos originarios de América la llegada de los españoles. Se reduce a una cuestión de psicología de masas, una subjetividad adormecida, por lo que la solución es un despertador: la protesta chocante que ilumine la verdad. Y qué hay más chocante que dañar un patrimonio fetichizado y sacralizado como el arte expuesto en museos: «¿Es más importante el arte o la vida?».

Pero esto no se sostiene, tanto por ser una concepción individualista y subjetivista de la acción política, como por la futilidad de la acción; más allá del impacto mediático, ¿qué es vandalizar una pintura frente a todas las iniciativas diplomáticas, educativas, culturales, etc., que pivotan en torno a la llamada «Hispanidad»? ¿Qué alcance tiene una protesta en el museo mientras el mercado pone en los supermercados de cada vez más regiones del mundo productos tóxicos fruto de la sobreexplotación medioambiental? Debe haber un problema estructural y supraindividual, constitutivo de nuestra sociedad, que sea la que determine la conciencia de las masas, y su propia acción como individuos. Lo cierto es que buena parte de los ecologistas y activistas reconocen que el problema de fondo es el capitalismo, pero esto tampoco nos dice mucho, pues hay muchas concepciones distintas de lo que es y no es el capitalismo, o de cómo funciona.

II. Una cuestión de programa

No es un problema solo de conciencia, sino de fundamentos sociales. El capitalismo no es un conjunto de políticas económicas, ni un conjunto de magnates y colonialistas codiciosos, sino un entramado de relaciones sociales, una forma específica de sociedad. Concretamente la sociedad capitalista se rige por la reproducción ampliada de capital mediada por la explotación de fuerza de trabajo; la apropiación de valor, trabajo socialmente necesario, en tanto en cuanto sea plusvalor, es decir, trabajo humano no retribuido. En este proceso los capitalistas, sean más o menos filántropos, tengan mayor o menor conciencia ecologista, se ven sometidos a fuerzas sociales e impersonales, como la competencia y la exigencia de beneficios en el corto plazo. Son estos los principios que rigen la constante innovación tecnológica orientada al aumento de la productividad, la extenuación medioambiental para proveer de mayores insumos a los procesos productivos, la producción hipertrofiada de bienes de consumo basura, la generación insostenible de residuos, el fomento de un consumismo insaciable, la mercantilización de hasta el último metro cuadrado de suelo, etc.

Ante estos fundamentos no tienen mayor alcance las «exigencias» a los gobiernos, ni apelaciones al consumo ético, por ejemplo, pues el consumo está subordinado a las dinámicas de la producción, no a cuestiones morales o éticas. Dice Marx: «La producción es inmediatamente consumo, el consumo es inmediatamente producción. […] Nada más simple para un hegeliano, según esto, que identificar la producción y el consumo. […] En un sujeto la producción y el consumo se presentan como momentos de un acto. Lo importante aquí es simplemente resaltar que, tanto si se considera la producción y el consumo como actividades de un sujeto o de muchos individuos, en cualquier caso se presentan como momentos de un proceso, en el que la producción es el auténtico punto de partida, y, por lo tanto, el momento dominante. El consumo en cuanto necesidad es un momento interno de la actividad productiva.» (las cursivas son mías). Karl Marx, Líneas fundamentales de la crítica de la economía política. («Grundrisse»), 2024, Akal, pp. 13 y 15. 2 No queremos decir aquí que haya que vivir –consumir– de manera inconsciente o irresponsable, sino que el activismo-protesta orientado a la mayoría social de productores-consumidores no puede romper con una sociedad donde el «nivel de vida material» está definido por los bienes de consumo –valores de uso– capitalistas. Nos encontramos ante la «conciencia empírica», las ideologías y formas de vida «empotradas» en la propia constitución socioeconómica, en la praxis social. Frente a esto la alternativa del activismo no es otra que el voluntarismo y las buenas intenciones, las «exigencias a los gobiernos», las protestas. No tiene mayor alcance el siismo: si todos recicláramos, si todos consumiéramos menos carne, si todos usáramos el transporte público, si todos fuéramos conscientes de la tasa de retorno energético, si las empresas redujeran la producción… Confundir el debiera ser con lo que puede ser en la actual sociedad. El cabezazo contra la pared de interpelar a las masas, su conciencia, mientras estas están inmersas en una formación social cuyas dinámicas fundamentales implican necesariamente sobreproducción, expolio, destrucción y consumismo. Ingenuidad frente a la irreversibilidad de las leyes fundamentales de la sociedad burguesa.

A modo de anécdota, a principios de 2024 Extinction Rebellion realizó una protesta frente a las instalaciones de Arcelor Mittal, la principal industria afincada en Asturias, encadenándose frente a la valla perimetral en protesta por el mantenimiento de las subvenciones a los combustibles fósiles. En el contexto de la acampada por Palestina en la Universidad de Oviedo, tuve la posibilidad de comentar la protesta con una de las personas implicadas en aquella acción. No pude obtener respuestas a las razonables dudas, una de las más importantes era qué opinaban los trabajadores de la industria, o qué programa elaboraban de la mano de los mineros, que son los que podrían tener en sus manos el proceso productivo para pararlo o transformarlo. Habría embarullado demasiado la cuestión preguntar cuál era el papel que le daban a la siderurgia en su proyecto de sociedad, o con qué energía se podría mantener. Pregunté, eso sí, por cuál era la propuesta política que complementaba las «acciones disruptivas» (que como decimos es la estrategia central), y la respuesta fueron las «asambleas ciudadanas», las cuales, se entiende, difícilmente podían ejecutar alguna decisión trascendental en el devenir político. En resumen, el resultado de la acción consistió en que Extinction Rebellion ganara notoriedad durante el proceso judicial; por el camino seguramente recibieran incomprensión mezclada con rechazo por parte de los propios trabajadores de la industria del acero, y una opinión pública que, quizás concediéndoles la razón en el fondo, asumía que sus acciones no tenían trascendencia alguna. Movimiento por el movimiento.

III. ¿Qué hacer?

Aquí, ubicándonos en un plano más abstracto, estamos trabajando con la famosa problemática de la relación entre el ser y la conciencia (o la base y la superestructura); hemos venido señalando el error de convertir la acción política en algo separado de las condiciones materiales de la propia política, enfocado al modo voluntarista. Tampoco podemos aquí caer en los esquemas mecanicistas que tratan «la conciencia» como una secreción de «la base», y no es suficiente enmienda apelar a «relaciones dialécticas» o de «interacción mutua» entre base y superestructura para explicar la relación entre ser y conciencia. Véase el estudio introductorio de Método dialéctico marxista, de Mark Rosental, reeditado por Ediciones Tinta Roja en 2025. 3 La conciencia entendida, no ya a la forma mentalista (nuestros pensamientos e ideas), sino como las diferentes formas que adopta nuestra actividad, nuestras operaciones (que necesariamente implican pensamientos e ideas), son elementos constitutivos del proceso histórico y social, no sus sucedáneos o resultancias. El empresario está sometido a la fuerza impersonal de la competencia, pero la afronta con un plan activo de marketing. No diremos que la conciencia o las superestructuras tienen también un papel causal sobre la realidad social, sino que la conciencia es la forma en la que se objetiva precisamente el ser social, esto es, ¿existe alguna relación social que no implique necesariamente alguna «forma de conciencia social» Véase Ellen Meiksins Wood, La democracia contra el capitalismo. La renovación del materialismo histórico. 2023, Verso Libros. 4? Nuestras intervenciones o nuestras acciones responden a unas condiciones objetivas y cuando estas no incardinan con la misma ni son capaces de transformarla podemos hablar precisamente de «falsa conciencia», la cual políticamente no puede tener más consecuencias que el agotamiento y la frustración.

«¿Qué hacer?» es la pregunta recurrente cuando afrontamos determinados retos políticos. El activismo no entra en las lides de la lucha política, salvo parches dispensados desde las instituciones homologadas y configuradas para sostener la acumulación capitalista. Si convenimos que el problema de fondo es una constitución social fundada en la producción capitalista, a través de unidades privadas e independientes, anárquica y competitiva, la solución no es otra que asumir la planificación de la economía y la regulación del metabolismo socio-ecológico, y ello pasa, a su vez, por una conquista del poder político, al que no caben hacer «exigencias», sino socavarlo. El ecologismo cobra sentido precisamente cuando se desfigura como movimiento político y social autónomo, y se integra en un programa político de superación sistémica y transformación social radical: el programa comunista.

Sabemos que esta opción puede sonar utópica, incluso anticuada. ¿Pero no es más utópico pensar que desde los parlamentos, ONGs o protestas que «sublevan las conciencias» puede modularse o superar un capitalismo no competitivo, un capitalismo no consumista, un capitalismo no depredador? Es el comunismo, como movimiento real que anula y supera el orden de cosas existente, el que busca enfrentarse a los fundamentos del capital y del valor mercantil como principios rectores del metabolismo social. Si el ecologismo quiere adoptar una perspectiva realmente política, radical, debe atentar contra los pilares del capital, no solo combatir sus consecuencias. Esto no presenta más vías que la de sumarse a las filas del comunismo revolucionario.

¡Pero atención! Esto no pretende ser el típico alegato que dice «primero la revolución, luego nos preocupamos de la cuestión ecológica». Este texto no solo es una «carta abierta» a los activistas y militantes de estas organizaciones, o a las personas que para cambiar el mundo y «aportar su granito de arena» adoptan otros hábitos de consumo o acometen protestas puntuales. Es también una llamada de atención a aquellos que, amparándose en la futilidad o incluso torpeza del activismo de los movimientos sociales, caen en un «activismo obrero», que confunde la contradicción fundamental capital-trabajo con «lucha económica». Lo fundamental es la resistencia contra el patrón, las «cosas del comer», el salario, el convenio laboral. De esta manera, los problemas ecológicos o medioambientales se convierten, en el peor de los casos, en «quejas de niños pijos y primitivistas», y, en el mejor, en un problema colateral o derivado de la propia producción capitalista, siendo un «argumento a nuestro favor» sobre la necesidad del socialismo-comunismo.

En primer lugar, el «activismo obrero», la mera resistencia al patrón y denuncia de los conflictos laborales, no puede ser admitido por los comunistas como la «actividad predominante» (Lenin, ¿Qué hacer?). En segundo lugar, la dimensión ecológica de nuestra actividad social no es una esfera a la que atender por sus malas consecuencias, sino que está integrada directamente en la propia contradicción capital-trabajo «El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. […] Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza». Karl Marx, El Capital, t. 1., 2017, Siglo XXI, p. 239. 5 y es determinante en la reproducción social de las clases sociales en liza. Pongamos un ejemplo: sería absurdo plantear como un efecto colateral o autónomo de la contradicción capital-trabajo la proliferación de gripes y enfermedades infecciosas en las macrogranjas, Véase Rob Wallace, Grandes granjas, grandes gripes, 2022, Capitán Swing. 6 como si los factores económicos que contribuyen a ello La estandarización de los animales hacinados para reducir costes, eliminando los «cortafuegos genéticos» a las que se enfrentan los patógenos, por ejemplo. 7 pudieran tener un resultado diferente. No hay ningún motivo racional para que una organización comunista considere menos importantes las condiciones ecológicas o sanitarias de la clase obrera que las salariales, por ejemplo. Un enfoque dialéctico precisamente liga ambas cuestiones y las envuelve en un todo de lucha política, que desborda el ámbito estrictamente laboral o estrictamente ético o moral. La economía es política y la política versa sobre cómo se configura la vida en la polis; eso incluye, claro está, las condiciones medioambientales.

Ahora bien, no confundamos cosas. La crítica a la «política sindicalista» no debe confundirse con la pérdida de la centralidad del trabajo o la menor importancia de la lucha política en los procesos productivos directos. Tampoco lo confundamos con la disolución de la lucha de clases en una ramificación de luchas sustantivadas y separadas unas de otras, donde la clase obrera se convierte en «sociedad civil» o «masa» para afrontar luchas contra «opresiones diversas y concretas». Tal como hemos explicitado más arriba, para el marxismo la producción es el momento dominante y, si bien la idea de producción de Marx desborda el significado de la «fabricación», no puede perderse de vista que la energía que discurre por el sistema depende del plusvalor extraído de la explotación y desposesión a escala global. En ese sentido, los nudos de la red del poder político y la hegemonía de clase siguen siendo los centros productivos y las cadenas de valor desplegadas internacionalmente.

Supera el objeto de este artículo el pasar revista a las diferentes tácticas de conquista del poder político, pero conviene tener muy presente una de las máximas del marxismo-leninismo: «salvo el poder, todo es ilusión». No negamos el carácter adiestrador de la resistencia y la protesta. No negamos sus méritos ni las buenas voluntades. Muchos grandes militantes revolucionarios se curtieron y aprendieron entre los estrechos márgenes del sindicalismo, del activismo o de la protesta. Pero la autocomplacencia o el dedicar el grueso de nuestros esfuerzos a «apoyar» causas supone dos cosas: que no podemos «hacer» más, y que menos esfuerzos dedicamos a poder «organizarlas».

Notas:

  1. «Abya Yala» es un término propio de los cuna panameños, adoptado por el activista indigenista Constantino Lima para referirse al continente americano. Es pues, tal como tiene reconocido el propio Lima, una invención reciente, pues los cuna de Panamá difícilmente podían tener un concepto para referirse a un continente que desconocían como tal. Para los cuna, Abya Yala sería, en todo caso, «tierra en plena madurez». Para más inri, el concepto fue promovido por un misionero salesiano italiano, Juan Bottasso (cabría algún día hablar del papel de las misiones católicas en el azuzamiento de los movimientos indigenistas y particularistas contra la ciudad terrenal, i.e. el Estado-nación centralizado).
  2. Dice Marx: «La producción es inmediatamente consumo, el consumo es inmediatamente producción. […] Nada más simple para un hegeliano, según esto, que identificar la producción y el consumo. […] En un sujeto la producción y el consumo se presentan como momentos de un acto. Lo importante aquí es simplemente resaltar que, tanto si se considera la producción y el consumo como actividades de un sujeto o de muchos individuos, en cualquier caso se presentan como momentos de un proceso, en el que la producción es el auténtico punto de partida, y, por lo tanto, el momento dominante. El consumo en cuanto necesidad es un momento interno de la actividad productiva.» (las cursivas son mías). Karl Marx, Líneas fundamentales de la crítica de la economía política. («Grundrisse»), 2024, Akal, pp. 13 y 15.
  3. Véase el estudio introductorio de Método dialéctico marxista, de Mark Rosental, reeditado por Ediciones Tinta Roja en 2025.
  4. Véase Ellen Meiksins Wood, La democracia contra el capitalismo. La renovación del materialismo histórico. 2023, Verso Libros.
  5. «El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. […] Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza». Karl Marx, El Capital, t. 1., 2017, Siglo XXI, p. 239.
  6. Véase Rob Wallace, Grandes granjas, grandes gripes, 2022, Capitán Swing.
  7. La estandarización de los animales hacinados para reducir costes, eliminando los «cortafuegos genéticos» a las que se enfrentan los patógenos, por ejemplo.