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La práctica revolucionaria como criterio de veracidad: Una lectura leninista

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POLÍTICA

La práctica revolucionaria como criterio de veracidad: Una lectura leninista

15/11/2023
7 min.

La realidad acaba por imponerse

La realidad acaba por imponerse y, tras el shock producido por la derrota del socialismo real, el proletariado organizado comienza, una vez más, a desvelar, por necesidad, la realidad que se oculta tras la ideología del realismo capitalista. El comunismo emerge otra vez como horizonte de posibilidad, aunque aún de forma demasiado marginal. Pequeños haces de luz penetran, hoy, en la oscuridad, aunque nos encontremos aún sin un partido capaz de dirigir y organizar a las amplias capas del proletariado de manera independiente, consciente de sí mismo y de su condición como clase revolucionaria. Estos haces corren el peligro de desaparecer de nuevo si no consiguen transformarse en fuerza real; la oscuridad siempre acecha y es por ello por lo que debemos ir más allá de estos pequeños rayos de luz, agrandarlos e iluminar con claridad la senda que debemos de recorrer.

En este contexto de cuestionamiento germinal de lo existente surgen reflexiones teóricas que abordan los errores pasados y, analizándolos, tratan de actualizar y vivificar la teoría revolucionaria. Teoría que, de manera más o menos habilidosa, y no siempre, trata de desplegar su contraparte práctica calando en lo existente y levantando nuevas y mejores formas de acción. Y justo de esta capacidad de materialización organizativa y práctica de la teoría renovada depende nuestro futuro, depende el futuro de la revolución proletaria.

Ahora bien, tras esta última afirmación hay dos cuestiones que son de suma importancia. Por un lado, importa la capacidad y habilidad que tengamos, como comunistas consecuentes, de llevar a la realidad práctica nuestros planteamientos teóricos. Por otro lado, importa que estos planteamientos teóricos sean acertados, entendiendo que la certeza de un planteamiento teórico reside en la capacidad que este tiene de comprender la realidad, y, por ende, de actuar sobre ella de forma eficaz. Una realidad que, por cierto, falta decirlo, existe de forma objetiva, con independencia a nuestra voluntad individual y nuestra idea sobre ella, y que en última instancia se comporta, y se debe comportar, como piedra de toque de nuestros planteamientos teóricos. No digo aquí, para los doctrinarios de papel muerto, otra cosa que lo que decía Marx en la II tesis sobre Feuerbach:

El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico.Se pueden leer las Tesis sobre Feuerbach (1845)aquí. 1

Aquí vemos, pues, cómo estas dos cuestiones que planteaba anteriormente –certeza de lo teórico y su capacidad de materialización práctica– están estrechamente unidas. Ahora bien, la realidad objetiva siempre tiene la última palabra. Si la teoría, transmutada en práctica, se da de bruces con la realidad, el problema lo tenemos nosotros y no la realidad. Habrá, entonces, que reformular la teoría o reformular la manera en la que hemos tratado de llevar esta teoría a la práctica.

Sin embargo, por razones del momento histórico y por la hegemonía del análisis burgués, suele ocurrir que, ante el cuestionamiento de los errores pasados que exige la reorganización teórica, o se es ciego, o se es impulsivo. Algunos deciden seguir entendiendo la totalidad social erróneamente, tropezando, como no puede ser de otra manera, una y otra vez con la misma piedra. Otros, de golpe, impulsivamente, se apresuran a rechazar el todo por la parte y a esconder sus vergüenzas, aprisa, bajo la alfombra, dando todo por perdido y apagando todo cuestionamiento.

El materialista consecuente, el comunista, por su parte, tratará de analizar el error para vislumbrar en qué se está fallando, con el fin único de corregir aquello que nos impide la consecución de nuestros objetivos políticos, con el fin único de corregir aquella parte de la teoría que, al no dar verdaderamente cuenta de la realidad, es errónea. Es esta la viveza y la potencialidad del marxismo. El marxismo, por su propio método, es una teoría viva, es una teoría que avanza y se supera y revisa constantemente a sí misma.

Ahora bien, hay quién, diciéndose comunista o socialista, ante la derrota trata de corregir los fallos no mirando a la realidad sino a la doctrina. Miran al pasado como si hubiese una teoría «pura» en Marx que hubiese que rescatar de su posterior desarrollo por parte del movimiento comunista internacional, como si hubiese una teoría verdadera que hubiese sido contaminada por las sucias manos del bolchevismo. Por eso hay quien clama por volver a Marx saltando por encima de toda la historia del desarrollo posterior del marxismo, por observar a Marx sin sus sucias adiciones leninistas. Olvidan, claro, que la certeza de la teoría la impone la realidad y no la palabra muerta. Olvidan, también, el sentido de corrección que supuso, o quiso suponer, el leninismo, como otros olvidan que el leninismo debe, en parte, ser actualizado.

Este tipo de marxista, o marxiano, como alguno gusta en llamarse, funciona bajo la lógica de la impulsividad, pues tiende a rechazar el todo por la parte, pero establece, a su vez, llegado un punto arbitrario y subjetivo, un umbral en el cual abandona el abandono, para, eso sí, comenzar a imitar al ciego en su falta de reflexión y estudio de la realidad concreta. Creen que hay que esconder, aprisa, bajo la alfombra, las vergüenzas leninistas en su totalidad, y aplicar, de forma casi doctrinal y ciega, las enseñanzas «puras» de Marx. Bien es cierto, claro, que según la radicalidad de la impulsividad se tenderá a esconder bajo la alfombra otras adiciones más o menos sucias y vergonzantes, llegando algunos al absurdo de querer meter bajo la alfombra las supuestas adiciones vergonzantes de un dogmático Engels o un, demasiado viejo y político, Marx. Alguno se pasa tanto de frenada que acaba por parecer un joven hegeliano que aún no ha descubierto la importancia de la realidad objetiva y la práctica.

Si bien a estos últimos es fácil localizarlos, pues incluso abanderan de forma orgullosa su absurdo bajo la etiqueta de «marxiano», otros, con más astucia, tienden a camuflarse. Y bajo un descarte rápido, impulsivo, y casi siempre tácito de las experiencias históricas del proletariado posteriores a 1894, y algún análisis demasiado superficial acerca del presente o la coyuntura actual, pasan a desplegar una práctica que está condenada, necesariamente, a tropezar con las mismas piedras con las que el proletariado ya tropezó en el pasado, pues no se sustenta en la reformulación de la teoría y su comprobación por la práctica en las condiciones objetivas actuales, sino que se levanta sobre reinterpretaciones más o menos sesudas de las palabras dadas. Parece, pues, que la piedra de toque de su teoría es la Crítica de la Economía Política (CEP) abstracta, en su momento meramente teórico, y no la propia realidad que es objeto de estudio de la CEP y la cual trata de explicar y transformar. No por casualidad muchos de estos marxistas se jactan de rechazar el método materialista y dialéctico. Ante la ciencia y la comprensión de la realidad levantan, más o menos orgullosos, la hermenéutica y la interpretación, esta vez comprensiva y verdadera, de la palabra revelada.

Es tarea del comunista consecuente, y del futuro partido comunista, combatir este mecanicismo que reniega de la principal herramienta del proletariado: el materialismo dialéctico. El materialismo dialéctico como situación epistemológica desde donde es deseable comprender la realidad y no como contenido revelado de ella es la base sobre la que debe levantarse la teoría y la práctica del marxista consecuente. No se debe entender, entonces, el materialismo dialéctico como un esquematismo que explica la realidad, sino como una situación epistemológica que parte simplemente de la premisa, comprobada en la realidad, de que los hechos y objetos reales son históricos y están en interacción mutua. El materialismo dialéctico no es más que la actualización constante de la teoría con el objetivo de perfeccionar la práctica, no es más que el estudio concreto de la realidad concreta, no es más que la vigilancia epistemológica que se rige por la máxima de que todo depende, pues, de las condiciones, del lugar y del tiempo.

No tiene sentido político, a tenor de esto, buscar la certeza de lo teórico en la palabra muerta. Tenemos, por el contrario, que mirar a la realidad y enfrentarnos a ella, con el fin de perfeccionar la teoría, y, por tanto, las potencialidades prácticas de la organización comunista.

Tenemos que asegurar que los pocos haces de luz que hoy existen no se conviertan en palabras sin ningún sentido de la realidad y sin ningún sentido práctico capaz. Tenemos que recordar que los autores pasados solo están para, cuando procede, guiar la lucha presente, pero que el marxismo no es tal o cual dogma de lectura muerta, sino que es análisis y acción sobre lo existente. Es puro presente mirando al futuro.

Asumamos, pues, nuestras tareas presentes y trabajemos para construir el futuro.

Notas:

  1. Se pueden leer las Tesis sobre Feuerbach (1845)aquí.