PARA LA VOZ

Mijaíl Lifschitz: Sobre el marxismo y la democracia revolucionaria

Recibe cada mes los artículos de Para la voz de forma gratuita.

FILOSOFÍA, ARTE

Mijaíl Lifschitz: Sobre el marxismo y la democracia revolucionaria

17/03/2023
16 min.

I

Mijaíl Lifschitz, junto con Evald Iliénkov, es considerado unos de los pensadores marxistas-leninistas más brillantes del período soviético. Lifschitz fue el primero en analizar en profundidad la evolución ideológica del joven Marx de la democracia revolucionaria al comunismo como parte de un estudio más amplio en el que demostró que los juicios de Marx y Engels sobre el arte no se reducían a expresiones anecdóticas sobre sus «gustos personales», sino que eran parte de una concepción integral sobre los problemas de la estética que es tan fundamental para la teoría marxista-leninista como lo es la crítica de la economía política y la dialéctica materialista.Ver: ⁠Mij. Lifschitz. Karl Marx: el progreso y los caminos del arte. 1a ed. EDITHOR. Quito. 20231

Si bien el grueso de la obra de Lifschitz se enfoca en los problemas de la estética y el arte, sus escritos también abarcan los problemas de la filosofía, la política y, en especial, la ética y la moral. En sus artículos políticos, que podemos leer en la compilación La democracia de masas y la lucha por la libertad,Mij. Lifschitz. La democracia de masas y la lucha por la libertad. 1a ed. EDITHOR. Quito. 20222 encontramos un análisis riguroso de la lucha de clases que siempre posee un enfoque «estético», es decir, la lucha de clases y su entronque con las cuestiones de la moral en la más amplia perspectiva histórica (que para Lifschitz era la perspectiva comunista).

En los escritos recopilados en La democracia de masas y la lucha por la libertad, que datan de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, Lifschitz vuelve, en más de una ocasión, a las ideas postuladas por Lenin en su crítica a Veji⁠,Vladimir Ilich Lenin. Sobre Veji, en Obras Completas #19. Editorial Progreso. Moscú. 1983: 173–1823
al desentrañar las nuevas formas que la vieja reacción descrita por Lenin en 1909 asumió en las condiciones de la Guerra Fría, en una minuciosa disección de la socialdemocracia europea, la alianza entre el capital imperialista y la Iglesia Católica, y los vagabundeos de los teóricos neoliberales.

II

El giro de la burguesía de la democracia a la reacción se verificó en los programas que los partidos socialdemócratas europeos redactaron a mediados del siglo XX. Esta es la tesis general de Lifschitz en su análisis del nuevo programa del partido socialista austríaco a propósito del cual escribió el artículo «El socialismo extraño».

A mediados de los años 50, la socialdemocracia había mutado, ya no era un partido del reformismo obrero, ni siquiera del amarillismo sindical, «el tradicional reformismo de los socialistas austriacos se ha vuelto un disfraz conveniente para la exposición de ideas puramente burguesas»⁠,Mij. Lifschitz. (2022) La democracia de masas y la lucha por la libertad. 1a ed. Quito: EDITHOR. p. 52.4 nos dice Lifschitz. Los socialdemócratas austríacos no solo ya no aspiraban a la dictadura del proletariado, ni a derrocar a las clases opresoras, sino que habían renunciado al socialismo, pero lo hacían de tal forma que seguían enarbolando la palabra aunque vaciándola de contenido. Su postura programática era el socialismo sin socialismo plasmado en la fórmula: libertad de la personalidad. Lifschitz anota al respecto:

En la definición de los teóricos vieneses el valor fundamental viene a ser el desarrollo de la personalidad en y por sí misma. Pero tal tipo de desarrollo ocurre tanto en los palacios de los reyes micénicos como en los nidos nobiliarios de la vieja Rusia, y se da hoy, más mal que bien, por citar un ejemplo, en los colegios y universidades de los países capitalistas que son demasiado costosos para las clases trabajadoras, y se produce a costa de la mayoría oprimida.Ibíd., p. 55.5

Los millonarios que desarrollan su personalidad en los balnearios de Florida firmarán gustosos al pie de un programa socialista cuyo objetivo no es más que la «libertad de la personalidad»; esto no contradice sus intereses y más aún cuando el contenido concreto de todas las fórmulas y retórica de los socialdemócratas austriacos se encuentra en sus alabanzas sin fin a la «sociedad atlántica» (es decir, al mundo capitalista de Europa occidental y Estados Unidos) y su odio venenoso contra el «mundo no capitalista».

Ante nosotros, por supuesto, no está el programa del movimiento socialista, ni siquiera del más moderado, sino el proyecto de unificación de todos los partidos burgueses bajo la bandera de defensa del «libre desarrollo de la personalidad» contra el comunismo y el movimiento nacional de los pueblos oprimidos.a costa de la mayoría oprimida.Ibíd., pp. 56-57.6

Para Lifschitz este no era simplemente un giro «a la derecha», sino el hecho concreto de que la socialdemocracia aspiraba a unificar a todo el mundo burgués viejo y ahíto (incluyendo a capitalistas, terratenientes, profesionales liberales y a todo tipo de lacayo del capital) en contra de los trabajadores mediante una demagogia que desviaba el ansia de libertad al divorciarla de la lucha clasista. La nueva demagogia socialdemócrata declaraba que las ideas del Manifiesto Comunista eran obsoletas apelando al supuesto crecimiento e importancia de las «nuevas clases medias». Lifschitz, tras citar varios datos estadísticos, demostró que el mito de las «nuevas clases medias» se basa en una ilusión óptica creada por el propio desarrollo capitalista, «la contradicción fundamental clasista de la sociedad burguesa da diferentes metástasis e interviene a través de complejas refracciones, tal que las apariencias de cuando en cuando contradicen la esencia del asunto», a costa de la mayoría oprimida.Ibíd., p. 66.7 pero el hecho fundamental es que el sistema de los monopolios capitalistas consagra el sometimiento de todos los aspectos de la vida humana al capital: la esclavitud del artesano y el campesino ante las grandes corporaciones y la reducción del profesional liberal a empleado de las multinacionales.

En la época de «El Manifiesto Comunista» el capitalismo desnudó con toda la claridad histórica su contradicción clasista básica, el antagonismo entre la burguesía propietaria y el proletariado. Si cien años después la principal forma de opresión capitalista creció en un sistema monstruoso de monopolios que enreda con sus tentáculos todas las relaciones entre personas, entonces la libertad y la felicidad de la humanidad se entroncan de modo aún más estrecho con el resultado de la lucha de la clase obrera⁠ a costa de la mayoría oprimida.Ibíd., p. 84.8

III

La Guerra Fría se sostuvo sobre una amplia alianza de todos los elementos reaccionarios contra el movimiento revolucionario del proletariado y los movimientos de liberación nacional. Tras los grandes monopolistas marcharon no solo los socialdemócratas, sino también los vestigios e instituciones de las viejas clases, entre ellas la Iglesia Católica.

Lifschitz llama nuestra atención a las raíces y naturaleza de la alianza entre el trono papal y el capital monopólico en el artículo «La telaraña negra». La primera razón de esta alianza: el Vaticano es en sí mismo un gran grupo económico, poseedor de bancos, fábricas y tierras, y los jerarcas católicos son miembros de renombradas dinastías aristocráticas, financieras e industriales.

En «La telaraña negra», el pensador soviético recorre la historia de la reacción católica, y nos señala: esta nunca se reconcilió con las ideas impías de la Ilustración, pero cuando la burguesía requirió de apoyo para aplastar al proletariado el Vaticano se reconcilió gustoso con el republicanismo burgués, impulsó a los partidos católicos, intentó controlar al movimiento obrero mediante sus propios sindicatos, dio su bendición a los dictadores fascistas y puso todas sus esperanzas en la guerra genocida de Hitler contra los pueblos de la Unión Soviética.

El programa del Vaticano es la «alianza de todas las fuerzas imperialistas contra los países del socialismo»Ibíd., p. 95.9 y esto no cambió, pese a la derrota del hitlerismo: «en el momento actual el papado se esfuerza por agrupar contra la Unión Soviética a todos los que, según la refinada expresión del cardenal Spellman, “creen en América y en Dios nuestro señor”. En provecho de este objetivo el Vaticano nuevamente conduce una ofensiva contra la independencia de los socios más débiles en el campo del imperialismo. Ahora el punto más extremo de la reacción son los Estados Unidos, todo lo demás puede sacrificarse ante este ídolo».Ídem.10

Los librepensadores burgueses capitularon y pasaron a exaltar al medieval «doctor angélico», el neotomismo se infiltró en todas las escuelas de pensamiento y esto tiene una explicación que va más allá de la alianza política coyuntural entre el Vaticano y los adoradores del becerro de oro en EE.UU.:

El regreso a Tomás de Aquino corresponde a los nuevos métodos de predominio de clase de la burguesía en la época del imperialismo. Este responde al vivaz requerimiento de los patronos del mundo capitalista de representar al poder contemporáneo de los monopolios como el viraje a la organización social de la producción. Cada paso del poder ejecutivo, ligado con los monopolios, cada intromisión del Estado en provecho de los explotadores más grandes e influyentes, cada golpe a la libertad y la democracia se retrata como la superación de la anarquía de los intereses privados y el triunfo del principio social. Mientras más despótico sea el poder de los monopolios que intervienen directamente con la toga del poder estatal, más estos se esfuerzan por presentarse como servidores de los intereses sociales⁠.Ibíd., p. 101.11

De modo que el capital caminó junto con el Vaticano y asimiló de este su larga experiencia como la escuela más antigua y desarrollada de la demagogia social. La doctrina social de la Iglesia al tiempo que condena al socialismo y al marxismo permite pintar al régimen del capital financiero con un barniz social («economía social de mercado», «estado de bienestar», etc.). Al mismo tiempo que apunta a dividir a los obreros por razones religiosas entre católicos, protestantes y ateos.

Los comunistas mantienen una posición de lucha irreconciliable contra el oscurantismo religioso, pero son del todo ajenos a la división entre una minoría culta y una masa religiosa, pues el «anticlericalismo burgués deformó el verdadero significado de la crítica progresista de la religión»⁠Ibíd., p. 117.12 y las más de las veces lo único que hizo fue lanzar a las masas más atrasadas en los brazos de la reacción. El juego político de la burguesía sigue la lógica del péndulo: «el sostén del oscurantismo católico y la revuelta decadente contra dios, son dos caras de una y la misma medalla».Ibíd., p. 121.13
Para vencer a la religión es necesario extinguir sus raíces sociales y, en primer lugar, la esclavitud capitalista de los trabajadores: «De allí se sigue que la difusión de ideas ateístas no pueda considerarse como la principal tarea de los comunistas. Su principal tarea consiste en la abolición práctica de las causas de toda esclavitud, incluyendo la religiosa».Ibíd., p. 122.14 De tal modo, si el obrero católico lucha junto con los obreros comunistas contra la dictadura de la burguesía y los instigadores de la guerra imperialista, «lucha también contra la esclavitud religiosa» y contra la política reaccionaria de la jerarquía católica.

IV

Así como las plantas crecen en busca de la luz del sol, los intelectuales lacayos escriben inclinándose a donde caen las monedas lanzadas por los grandes barones del capital. La crítica del marxismo es una mercancía que siempre tiene compradores y existen muchas plumas ansiosas de vender este producto.

Tras la derrota del fascismo, «las tendencias reaccionarias del pensamiento social recurren a menudo a las frases hipócritas pseudodemocráticas».Ibíd., p. 128.15 Los reaccionarios que en tiempos del auge del fascismo escribían sobre la «caída de la democracia» pasaron a hablar sobre libertad y sacaron del baúl a Brentano y Menger.

En «El dinero escribe», Mijaíl Lifschitz trata justamente este fenómeno intelectual al examinar la figura de Ludwig von Mises, uno «de los representantes del liberalismo antediluviano que sobrevive y experimenta hoy una segunda juventud»⁠. Ibíd., p. 129.16 En Mises tenemos a un enemigo inveterado de la clase obrera, cuyo liberalismo ya pasó «por la escuela de la contrarrevolución totalitaria del siglo veinte con su negación de la del desarrollo progresivo» y, en concordancia con esto, Mises expresa la moral de los patronos que dividen a la sociedad entre una élite y una «mayoría no progresiva».

Todas las obras de Mises están penetradas por el amargo agravio debido a esta mayoría ignara e irrespetuosa que se permitió pensar que solo el trabajo de los obreros y el desarrollo de la técnica son los manantiales de todas las mejoras materiales en la vida de la humanidad⁠.Ibíd., pp. 129-130.17

Es decir, el nuevo liberalismo añejo de Mises está infectado con una noción aristocrática para la cual el mundo debe dividirse eternamente entre dominadores y dominados. Claro está, Mises no es ajeno a la escuela demagógica del pensamiento burgués e intenta presentar a la aristocracia empresarial como capa de bienhechores que todo lo hacen solo para beneficiar a las grandes masas ingratas. Pero, y esto es lo central en los lamentos de Mises, el obrero no piensa así y es muy difícil convencerlo de que la riqueza del capitalista proviene del espíritu empresarial y no de su trabajo y el de sus compañeros, incluso en el caso de los obreros que son hostiles o del todo ajenos al marxismo.

[Mises] lo considera una consecuencia de la ignorancia, la envidia y otros malos sentimientos…Ibíd., p. 132.18

El liberal quisiera que no existan sindicatos ni regulaciones estatales de la relación capital-trabajo y que se deje a los empresarios hacer lo suyo, pues así, de manera espontánea, todo mejoraría en la sociedad. Sin embargo, como Lifschitz lo señala, la historia demuestra todo lo contrario, ya que «la lucha de la clase trabajadora nunca jamás detuvo del desarrollo progresivo del capitalismo» y de no ser por esta lucha los capitalistas llevarían «a la sociedad a la pauperización extrema»⁠.Ibíd., p. 133.19

Pero eso no quita que el austríaco Mises se lamente una y otra vez contra la mayoría desagradecida, y llegue a las lágrimas por el gran error histórico que supuso que la Ilustración burguesa haya llegado hasta la aniquilación de los viejos poderes (monarquía, aristocracia e iglesia), todo por culpa de que estos ideales ilustrados tuvieron repercusión en la inmensa mayoría del pueblo ignorante que, según Mises, está «impulsado exclusivamente por las pasiones humanas más poderosas, la envidia y el odio».Ibíd., pp. 136-137.20

V

En marzo de 1909, apareció en Rusia un volumen titulado Veji. Recopilación de artículos sobre la intelectualidad rusa. Todos los autores de Veji eran destacados miembros del Partido Demócrata Constitucionalista (más conocido por sus siglas como partido kadete, organización política que expresaba los intereses de los grandes capitalistas rusos) incluyendo a los antiguos marxistas-legales que a finales del siglo XIX habían girado hacia el liberalismo: Nikólai Berdiaiév, Serguéi Bulgákov y Piotr Struve.

Lenin, con gran perspicacia, resaltó la importancia de Veji y comentó al respecto:

Veji es el más importante mojón en el camino de la ruptura absoluta democonstitucionalismo ruso y del liberalismo ruso en general con el movimiento liberador de Rusia, con todos sus objetivos fundamentales, con todas sus tradiciones básicas.Vladimir Ilich Lenin. Sobre Veji, en Obras Completas #19. Editorial Progreso. Moscú. 1983: 173–182.21

Los autores Veji desplegaban un ataque «en toda la línea contra la democracia, contra la concepción democrática», repudiaban el materialismo al que tildaron de dogmatismo y metafísica, y consideraban que la lucha de las vastas masas contra la servidumbre librada durante el siglo XIX era una «verdadera pesadilla». Según Lenin, todo esto no hacía más que constatar un hecho:

La burguesía liberal abandona resueltamente la defensa de los derechos del pueblo para ponerse a defender instituciones enfiladas contra el pueblo⁠.Ídem.22

Tal vuelco no resulta algo desconcertante o impensable, sino que evidencia la profunda esencia clasista del liberalismo. En opinión de Lenin, la tendencia expresada en Veji era evidencia de que «el liberal simpatizó con la democracia mientras ésta no puso en movimiento a las verdaderas masas, ya que sin la participación de éstas servía únicamente los fines egoístas del liberalismo y ayudaba sólo a la cúspide de la burguesía liberal a acercarse al poder. El liberal volvió la espalda a la democracia cuando ésta atrajo al movimiento a las masas que comenzaron a cumplir sus tareas y a defender sus intereses»⁠.Ídem.23

Tanto en sus escritos estéticos, como en sus análisis políticos, Mjaíl Lifschitz se refirió, en más de una ocasión, a los análisis de Lenin sobre Veji. El giro de la burguesía e intelectualidad liberal hacia la reacción, suponía el repudio de la democracia revolucionaria y de toda forma de democracia que apela a las masas. Lifschitz nos señala que este es un rasgo general de todo el pensamiento reaccionario burgués que encumbra la «libertad de la personalidad» de los propietarios y parásitos fundamentada en la explotación y miseria de la mayoría, que retrocede al misticismo y a las instituciones medievales y que truena contra esa mayoría desagradecida que no acepta sumisamente el dominio de los monopolios.

Notas:

  1. Ver: ⁠Mij. Lifschitz. Karl Marx: el progreso y los caminos del arte. 1a ed. EDITHOR. Quito. 2023
  2. Mij. Lifschitz. La democracia de masas y la lucha por la libertad. 1a ed. EDITHOR. Quito. 2022
  3. Vladimir Ilich Lenin. Sobre Veji, en Obras Completas #19. Editorial Progreso. Moscú. 1983: 173–182
  4. Mij. Lifschitz. (2022) La democracia de masas y la lucha por la libertad. 1a ed. Quito: Editorial EDITHOR. p. 52.
  5. Ibíd., p. 55.
  6. Ibíd., pp. 56-57.
  7. Ibíd., p. 66.
  8. Ibíd., p. 84.
  9. Ibíd., p. 95.
  10. Ídem.
  11. Ibíd., p. 101.
  12. Ibíd., p. 117.
  13. Ibíd., p. 121.
  14. Ibíd., p. 122.
  15. Ibíd., p. 128.
  16. Ibíd., p. 129.
  17. Ibíd., pp. 129-130.
  18. Ibíd., p. 132.
  19. Ibíd., p. 133.
  20. Ibíd., pp. 136-137.
  21. Ibíd., p. 121.
  22. Ídem.
  23. Ídem.