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La arquitectura imperialista de la Unión Europea

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ECONOMÍA POLÍTICA

La arquitectura imperialista de la Unión Europea

31/05/2024
18 min.

De acuerdo a una encuesta reciente del CIS, el 62% de españoles tiene una valoración positiva respecto a la Unión Europea. Véase Opiniones y actitudes ante la Unión Europea, abril 2024, aquí. . 1 En un continente como Europa, atravesado durante siglos por divisiones, guerras y odios, no deja de ser un porcentaje significativo. Tras la Segunda Guerra Mundial, la construcción de los Estados del bienestar en los países del capitalismo europeo sirvió para contrarrestar la atracción de la clase obrera hacia el socialismo, lo que facilitó una vinculación inconsciente en las masas de trabajadoras de Europa con una forma de capitalismo de rostro humano. Sobre esta base se ha construido un simple pero efectivo relato engrasado desde los medios de comunicación, partidos políticos, escuelas y universidades, diversas ONG, etc. Este relato vendría a explicar la existencia de la UE como una evolución democrática de los países europeos para convivir en paz y armonía, garantizar un bienestar mínimo a la población mediante políticas sociales y promover los valores de la democracia en un mundo bárbaro y hostil.

Con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina, y en un contexto belicista como el que vivimos, la propaganda en favor de la Unión Europea y de la OTAN se intensifica. Pero los comunistas debemos estar en todos los espacios donde la clase nos escucha, y dar la batalla ideológica por todos los medios posibles. Cualquier persona que haya asumido el falso relato de una Unión Europea idealizada, será incapaz de entender lo que pasa a su alrededor y en el mundo. Por eso es fundamental que nos armemos teóricamente, que conozcamos en profundidad cuáles son las fuerzas ocultas que impulsan esta unidad entre países europeos y cuáles son las dinámicas hoy de la Unión Europea.

I. El miedo y la necesidad impulsan a la unidad

El origen formal de la Unión Europea hay que buscarlo en 1951, justo después de la Segunda Guerra Mundial, en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero: un acuerdo entre Francia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, la Alemania Occidental (RFA) e Italia para la explotación y reparto de estos recursos en el centro europeo. La Europa de posguerra era muy distinta de lo que había sido décadas atrás. En los primeros años del siglo XX las principales potencias de Europa dominaban el mundo mediante el sistema colonial. En un mundo ya repartido, como analizaba Lenin, el desarrollo de las potencias pujantes como Alemania solo podía hacerse a costa de territorios ya controlados por otras potencias, principalmente Francia y Reino Unido. Así, las más brutales guerras del siglo pasado tuvieron su punto neurálgico en el centro europeo. Pero el mundo, tras 1945, era muy distinto al de principios de siglo. Por un lado, una parte significativa del mundo se había desgajado del sistema capitalista, construyendo los Estados proletarios que amenazaban la supervivencia misma de toda la burguesía de Europa. Por otro lado, el centro de gravedad mundial se había desplazado, y la Europa devastada por la guerra –y posteriormente debilitada por el desmoronamiento del sistema colonial– tenía serias dificultades para seguir los ritmos de acumulación capitalista que se marcaban por otras potencias. El miedo de la burguesía europea fue el principal acicate para la unión, su miedo al socialismo y su miedo a no poder hacer frente a sus competidores; en ningún caso un amor repentino por la paz y la democracia.

Mapa del sistema colonial a principios de siglo XX.

La unión entre países capitalistas se hace igual que entre las empresas, de la única manera que la burguesía sabe hacerlo: el poder resultante se reparte entre las distintas burguesías en función de su fuerza, es decir, en función de su capital, su influencia en el mundo y su capacidad militar. La unión capitalista nunca es, por tanto, una suma entre iguales. Es una absorción de grandes a pequeños que, con dificultades para sobrevivir solos en un mundo de agresiva competencia, prefieren integrarse en una estructura y vivir al calor de potencias más fuertes. La Unión Europea es una pirámide en sí misma, con países de primera y de segunda, tal como se mostró claramente con la crisis griega. Eso no quiere decir que haya países meramente dominantes y países meramente sojuzgados (no es que Alemania domine a España, por ejemplo, en una suerte de neocolonialismo, tesis por cierto defendida por los sectores más chovinistas de nuestro país), sino que existe una interrelación entre burguesías donde cada una influye en función de su peso y de su fuerza, lo que significa que las burguesías de los sectores estratégicos más importantes de los países más poderosos tienen una gran capacidad de imponer casi siempre su programa dentro de la UE. No hay democracia entre capitalistas, solo correlación de fuerzas.

II. Una fachada democrática para el control de los monopolios

Todo ello queda bien reflejado en las formas en que se toman las decisiones en la UE. El Parlamento (con elecciones cada 5 años) cumple con una función fundamentalmente de autolegitimación democrática más que verdaderamente legislativa. Las decisiones fundamentales de la Unión se toman en el Consejo Europeo, espacio que junta a los representantes de todos los países integrantes. Allí toda decisión es negociada en función de la fuerza de cada cual. Los países más fuertes, detrás de los cuales están los sectores burgueses predominantes, fijan el rumbo general y forman parte de todas las decisiones importantes. Los países más débiles deben aceptar la línea general de los más fuertes y escoger bien el tema y el momento en el que mostrar una posición de fuerza discrepante para obtener ciertas contrapartidas. Ocasionalmente, además, los países se agrupan entre sí para encarar las negociaciones desde una posición de mayor fuerza. Esto se vio con claridad a la hora de repartir los fondos europeos, con la posición sobre los refugiados o con la respuesta a Rusia por la guerra de Ucrania. Así pues, las decisiones no tienen que ver con una supuesta voluntad democrática de la mayoría, sino con un continuo juego de encaje de intereses. Sirva de ejemplo la posición de la UE en el norte de África, que suele venir condicionada casi exclusivamente por la posición de Francia, principal potencia en la región; el resto de países, a cambio del apoyo en este asunto crucial para Francia, pedirán a cambio otras prebendas en temas que les sean convenientes.

Junto a cada toma de decisión importante en la UE –ya sea en el Parlamento, en la Comisión o en el Consejo Europeo– sobrevuelan miles de lobbies («grupos de presión») perfectamente amparados por la ley. Se tienen contabilizados casi 12.000 lobbies, de los cuales unos 740 son de procedencia española. Como cabe esperar, la gran mayoría de ellos son creados y dirigidos por empresas, agrupaciones empresariales o grandes bufetes de abogados. Por ejemplo, la CEOE (a saber, la principal organización de la patronal española) destina 700.000 euros anuales a labores de presión en la UE, el Banco Santander destina 600.000 euros y 7 lobbistas permanentes en Bruselas, la Asociación Española de Banca un total de 3 millones o la Cooperativa de armadores de pesca del puerto de Vigo casi 5 millones para afianzar políticas pesqueras comunitarias en su beneficio. A nivel europeo las patronales también se unen para presionar a su favor. Así, la patronal europea de la industria química o la patronal europea farmacéutica comparten lobbistas para defender sus intereses en común cuando ello beneficia a todas las burguesías regionales de ese sector.

Pero un elemento de especial trascendencia es la presencia de los monopolios norteamericanos dentro de la UE y que constituye la base de las relaciones dialécticas que se dan con este país. Si seguimos analizando los lobbies en la UE, según datos oficiales, salta a la vista el elevado grado de implantación de los monopolios norteamericanos. Empresas como Google, Apple, Microsoft, Ford o General Electric no escatiman millones para influir de manera legal y directa (ya no digamos mediante otros métodos) en las decisiones que se toman. Si año tras año se invierten tantos recursos significa que es rentable, es decir, que estas multinacionales extranjeras consiguen, con estas prácticas, que la UE tome decisiones más favorables a sus intereses.

De entre todos los lobbies de presión europeos el más significativo es la Mesa Redonda Europea de Industriales, que agrupa a 40 de los mayores monopolios de toda Europa no bancarios ni de seguros, algunos con base fuera de la UE. En la tabla adjunta se pueden visualizar estos monopolios y su distribución por países, dando cuenta del peso de cada país en los repartos europeos, en las presiones que pueden ejercer y, por lo tanto, en su influencia política.

Francia 10
L’Oréal
Saint-Gobain
Engie
Capgemini
Airbus
Schneider Electric
Air Liquide
Total
Michelin
Orange
Alemania 8
BASF

Daimler

Merck Group

SAP

Siemens AG

E.ON

BMW

Deutsche Telekom

Reino Unido 8
AstraZeneca
ArcelorMittal
BP
Shell
Unilever
GlaxoSmithKline
Vodafone
Rio Tinto Group
Países Bajos 6
Heineken
Royal Philips
ASML
DSM-firmenich
Wolters Kluwer
NXP Semiconductors
España 4
Telefónica
Ferrovial
Iberdrola
Inditex
Suiza 4
Holcim
Nestlé
ABB
Hoffmann-La Roche
Suecia 3
Ericsson
AB Volvo
Investor AB
Italia 3
Compagnie Industriali Riunite
Eni
Techint
Bélgica 2
Syensqo
Umicore
Finlandia 2
KONE
Nokia
Dinamarca 1
A.P. Møller-Mærsk
Irlanda 1
Smurfit Kappa
Noruega 1
Norsk Hydro
Hungría 1
MOL
Portugal 1
Sonae
Austria 1
Haubach Group
Grecia 1
Titan Cement
Turquía 1
Sabancı Holding
Mesa Redonda Europea de Industriales

III. Las bases de los monopolios europeos

La concentración y centralización de capital lleva muchas décadas actuando en Europa, creando gigantescos monopolios en la mayoría de ramas de la producción. La principal condición de pertenencia de un país a la UE es que sus mercados estén abiertos a la penetración del capital, flexibilizando la legislación para facilitarlo y privatizando al máximo todos los servicios y grandes compañías estatales.

En términos generales productivos la UE produce un exceso de maquinaria (ligera y pesada), máquinas de transporte (coches, trenes o aeronaves), equipos ópticos o de medición, fabricación de plástico y de toda la diversidad de químicos, productos farmacéuticos y una serie de productos alimentarios (bebidas, lácteos, carne, etc.). Por otro lado, la UE importa combustibles, productos minerales, equipos electrónicos y productos textiles. Datos extraídos de la web oficial de la Unión Europea y trabajados en tablas propias. 2

En la mayoría de los sectores de la producción, los monopolios dominan el mercado. La distribución de los monopolios europeos sigue la forma de pirámide. Francia y Alemania ocupan la cúspide de la concentración capitalista y sus monopolios participan en prácticamente todos los sectores productivos. En un segundo lugar están España, Italia y Países Bajos, que poseen monopolios importantes en varios sectores productivos e incluso dominan alguno. Los monopolios españoles, por ejemplo, se encuentran en una posición de dominio en el ámbito de la construcción, pero también son importantes en los ámbitos de la energía, la banca, las telecomunicaciones, el textil o el hotelero. En un tercer lugar ya se encontrarían países como Bélgica o Suecia y, finalmente, el resto de países, que raramente pueden colocar uno de sus monopolios en la máxima competencia internacional y deben tomar posiciones accionariales más secundarias dentro de estos.

IV. Los costes para entrar en el club

Habitualmente se ha hablado de que cuando un país trata de entrar en la UE, los países grandes imponen ciertas condiciones de desindustrialización de los sectores a los que se les puede hacer competencia. Esto es cierto, como se vio en las imposiciones de la UE a España en las acerías o el naval, pero solo en parte. La realidad es que España no se ha desindustrializado, o al menos no a un ritmo superior que otros países del occidente europeo. Lo que ha habido han sido dos procesos paralelos vinculados a la entrada en la UE y luego una consecuencia lógica de la evolución capitalista en España.

El primer proceso ha sido una recomposición de los sectores de inversión de capital para, efectivamente, restar competencia a ciertos monopolios, fundamentalmente alemanes y franceses. Pero por otra parte algunos sectores como el de la automoción se desarrollaron enormemente tras la entrada en la UE, a pesar de ser Alemania el gran productor de coches de Europa, debido a que se eliminaron la mayoría de las restricciones que tenía el franquismo sobre la utilización de componentes de fabricación nacional. Lo que hubo, pues, no fue una desindustrialización, sino una redirección de las inversiones capitalistas a otros sectores de acuerdo con las nuevas potencialidades de inversión y colocación de productos con la apertura del nuevo mercado. El segundo proceso ha sido, en los nuevos países de la UE, la apertura del mercado al máximo nivel posible; esto ha implicado, en estos países, una serie de privatizaciones de grandes compañías públicas y de sectores sociales como la sanidad o la educación. Y es que el capital busca valorizarse continuamente para contrarrestar el descenso tendencial de la tasa de ganancia, y para eso cada apertura de nuevos mercados es una bocanada de aire fresco. Ejemplo de ello es cómo la privatización de SEAT llevó a la entrada del monopolio alemán Volkswagen en España o cómo la privatización de Endesa la hizo acabar en manos de la italiana Enel.

Finalmente, el capitalismo español, tras desarrollarse enormemente tras la entrada de nuestro país en la UE, ha acabado sufriendo el proceso lógico de la deslocalización de empresas. Esto no es una consecuencia directa de la entrada en la UE, sino una consecuencia del aumento de los costes de producción en España y de otros países que también entraron en la UE. La deslocalización de empresas se produce hacia el este europeo, hacia Asia y hacia América Latina.

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Es normal que se vincule la entrada de España en la UE con la desindustrialización y con la deslocalización, pero es una posición que convendría matizar, puesto que detrás de ella suele haber un interés en promover una suerte de capitalismo nacional, culpando de todos los nuestros males a una UE externa y exonerando al sistema capitalista en sí.

Hay que entender que entrar en la UE tiene costes, puesto que los principales promotores no tienen como objetivo facilitar la vida a los países vecinos sino obtener un rédito de ellos. Además, pese a las consecuencias negativas de adherirse a la UE, los Estados no son completamente libres de decidir su independencia política, puesto que las potencias tienden a repartirse el mundo y, por lo tanto, mantenerse fuera de la UE a su vez acarrea ciertos costes, por ejemplo, tratos comerciales desfavorables que la UE puede imponer a terceros países más débiles. Por último, también hay que entender que Francia y Alemania están interesados en que más países entren en la UE y se sitúen bajo su paraguas para ganar músculo frente a sus competidores, por lo que las condiciones que imponen son malas pero no pueden ser devastadoras para los nuevos integrantes.

V. La relación en la UE: ¿Simbiosis o parasitismo?

Así pues, teniendo claro que en la UE hay una posición dominante de un par de países, que estos países la regulan para garantizar el beneficio de sus monopolios y que la UE es una unidad de intereses y no una red de solidaridad ni nada parecido, la cuestión a desentrañar es la relación entre estos países dominantes y el resto.

Desde una visión simple, y tal vez propagandista, se define desde parte de la izquierda a la UE como el coto de dominio de Alemania. Auspiciada por la dureza de la posición alemana en la crisis de 2008, esta posición defiende una suerte de nuevo colonialismo en que los países menos fuertes han perdido totalmente la soberanía. Expuesta la UE como una gran dictadura alemana, se hacía más fácil en su día combatir a los hombres de negro. Pero esta visión simplista es errónea y tremendamente peligrosa porque, de la mano de la pérdida de la soberanía, se erigen postulados patrióticos con la burguesía nacional de los que ha estado bebiendo la extrema derecha. ¿Por qué debería la burguesía nacional de un país en el que tiene el control político, como por ejemplo Moldavia, querer integrarse en la UE, si va a perder buena parte de su poder político y la posibilidad de proteger su cuota de mercado respecto a los monopolios gigantes europeos mediante leyes ad hoc que ahora puede crear y en un futuro europeo no podría? ¿En qué le beneficia? ¿Acaso Moldavia tiene gigantes empresariales que vayan a poder comerse sectores del mercado europeo? Si la relación dentro de la UE fuera una simple dictadura alemana, la UE solo podría mantenerse unida mediante la imposición y la fuerza de este país. Y lo cierto es que la mayoría de sectores burgueses de Europa defienden a día de hoy la integración y la burguesía moldava está pidiendo el acceso al club.

La realidad es algo más compleja. Europa funciona, al igual que el resto del mundo, como una pirámide imperialista. Arriba de la pirámide están Alemania y Francia. Pero en esta pirámide se dan relaciones dialécticas de interdependencia desigual. Como hemos dicho, cuando un país entra en la UE su mercado cambia y se expone a los monopolios europeos. Pongamos el ejemplo de Kulczyk, el que había sido el hombre más rico de Polonia. Kulczyk poseía buena parte de la Kompanyia Piwowarska, el mayor grupo cervecero de ese país. Al entrar en la UE los grandes monopolios cerveceros del mundo entraron en acción para repartirse el mercado. El grupo británico (entonces en la UE) SABMiller, el segundo productor mundial de cervezas, compró la participación de Kulczyk en Kompanyia Piwowarska a cambio del 3.8 % de SABMiller. El mercado polaco de cerveza se integró en los monopolios mundiales y, en correspondencia, los burgueses polacos que hasta entonces controlaban ese mercado pasaron a participar en el reparto mundial de estos monopolios. Lo normal en estos casos, pues, es que los burgueses de los países más pequeños se integren o sean absorbidos por los grandes monopolios y mantengan posiciones de poder subsidiarias pero considerables. En otros casos, hay empresas de países medianos o pequeños que incluso pueden crecer y hacerse con el control de ciertos mercados. Es el caso del propio Kulczyk, que acabó teniendo compañías eléctricas y de gas en África, Asia y Latinoamérica, o el ejemplo irlandés de Smurfit Kappa, que es el monopolio líder en el cartón y el embalaje a nivel europeo. También es el caso del grupo energético húngaro MOL, donde comparten accionariado el banco italiano Unicredit, el banco holandés ING y el grupo energético checo CEZ con bancos húngaros y el gobierno de este país. Y a su vez, MOL domina el mercado energético en Eslovaquia, Croacia y Bosnia, que son zonas donde Alemania tiene un control muy alto de los mercados.

La relación de los países principales de la unión con el resto no es, por lo tanto, una relación colonial, sino de interrelación de mercados y capitales con una preponderancia clara de los monopolios más poderosos y sus correspondientes expresiones políticas. El poder político en la UE responde exactamente a esta arquitectura. La burguesía dominante de cada país no es, en ningún caso, una víctima de la absorción alemana, sino que ve en la UE una oportunidad de sumar su capital a los grandes monopolios mundiales para así poder exportarlo y enriquecerse. Esta burguesía no es, por tanto, una aliada de los trabajadores contra la UE. No hay unidad coyuntural de intereses. La lucha de la burguesía dentro de la UE no es una lucha por la soberanía del país ni una lucha por la defensa de las condiciones de vida del pueblo, es simplemente una negociación para escalar puestos en la pirámide a costa de los vecinos. El patriotismo de la burguesía termina al entrar en los consejos de administración de los grandes monopolios.

En esa interdependencia desigual siempre actúan dos fuerzas opuestas: la fuerza que tiende a la unidad y la fuerza que tiende a la lucha y la competencia. En esa dialéctica se construye la UE, en un mar de contradicciones. Las diferencias entre los grandes monopolios europeos se dirimen en el plano político e incluso militar. Todavía cabe recordar la férrea oposición de Francia a la invasión de Irak (promovida, entre otros, por los socios comunitarios de Reino Unido y España) simplemente porque Saddam Hussein había otorgado licitaciones a la petrolera Total poco tiempo antes de la invasión y quedaban en papel mojado tras la invasión norteamericana.

Las divisiones se desarrollan en función de los acontecimientos y necesidades de los sectores burgueses. Las contradicciones se expresaron de una forma específica cuando la crisis capitalista golpeó la deuda soberana de los distintos países y se necesitó avalar el agujero especulativo griego bajo brutales recortes al pueblo. Hace un par de años el suministro de energía centraba las preocupaciones de los distintos gobiernos. Y aquí se vieron las contradicciones a la hora de tomar medidas contra Rusia en función de la dependencia energética hacia ese país. La división se evidenció con la pandemia, cuando, en pleno apogeo del pillaje internacional por los tests, respiraderos y mascarillas, Italia aceptó la ayuda de Rusia y Cuba, saltándose varias líneas rojas en la diplomacia de los países de la OTAN. Siguiendo con el ejemplo de Italia, las tensiones en la UE se volvieron a manifestar cuando este país aceptó formar parte de la nueva Ruta de la Seda impulsada por China, lo que provocó la reacción de otros segmentos de la burguesía de la UE (y de Estados Unidos) que finalmente lograron forzar a Italia a abandonar su pretensión de adhesión a la organización imperialista internacional china. Por último, otro ejemplo son las tensiones políticas que genera el grupo de Visegrado, dinamitando los consensos internos de la Unión, siendo cabeza de playa de los intereses norteamericanos y promoviendo abiertamente el racismo, el revisionismo histórico y la reacción.

Por lo tanto, en la UE no hay ni una relación de simbiosis, que implicaría igualdad y beneficio mutuo, ni parasitismo, que implicaría beneficio de solo una de las partes en detrimento de la otra. Hay interdependencia desigual.

VI. Un viejo continente con los músculos atrofiados

Estas divisiones salen a la luz con un tema fundamental: la cuestión militar. Las estrategias de expansión imperialista son distintas en función de las potencialidades de cada país. Aunque el fondo es el mismo, la estrategia de expansión china no es la misma que la de Estados Unidos o Rusia. Cada país exprime sus potencialidades y trata de compensar sus debilidades, y en ese juego la cuestión militar es uno —y solo uno— de los múltiples factores que intervienen. Dentro de la UE pasa exactamente lo mismo. La UE destina de media un 1.85 % del PIB, pero con mucha disparidad entre países, siendo Polonia el que más invierte con un 3.9 %. Téngase en cuenta que estos datos pueden ser, en el contexto presente, bastante fluctuantes. 3
Los mercados de Francia y Reino Unido se han dirigido históricamente hacia el mundo entero, mientras que los alemanes se han centrado más en Europa. Eso ha requerido el desarrollo de estrategias distintas para el desarrollo monopolista. Concretamente, mientras Alemania se ha centrado más en controlar económicamente la UE, Francia y Reino Unido le han dado más peso al desarrollo de un ejército preparado para intervenir en cualquier rincón del mundo. Ejemplo de eso son los portaaviones, un tipo de buque pensado específicamente para la intervención militar en países lejanos: Reino Unido posee 2, Francia 1 y Alemania ninguno. Francia y Reino Unido han tenido recientemente intervenciones militares relevantes en África u Oriente Medio, mientras que el papel de Alemania en este sentido ha sido más discreto. Mientras Francia dedica el 2.1 % de su PIB a la defensa, el gasto de Alemania se queda en el 1.6 %. Todo esto tiene también una clara traslación a la industria bélica de la UE que, tras el Brexit, queda en una posición de debilidad. La empresa de armas más grande de la UE es Airbus, con un 3.3 % de las ventas de armamento mundial. Francia encabeza sin duda la producción armamentística, con la empresa Thales a la cabeza, seguido de Italia con la empresa Leonardo. Pero lo cierto es que la producción militar europea, comparado con otros polos imperialistas, es baja y poco concentrada. Hay que tener en cuenta que la estadounidense Lockheed Martin, la mayor empresa armamentística del mundo, tiene ella sola unas ventas anuales de 81.660 millones de dólares, más del doble que toda la producción francesa.

Venta de armas 2016 en millones de $ de entre las 100 empresas más grandes del mundo
Francia 37.140
Italia 20.200
Empresas europeas (Airbus y MBDA) 31.560
Resto de la UE 15.660
TOTAL 104.560

La UE es un polo imperialista con una fuerza militar relativamente débil (Estados Unidos dedicaba, oficialmente, el 3.7 % del PIB en defensa y Rusia el 4.3 % antes de la guerra), sin una unidad militar interna clara y con una producción bélica que, aunque centrada en Francia e Italia, dista mucho de la concentración y competitividad de otros polos imperialistas.

La mayoría de países de la UE están integrados en la OTAN, es decir, subordinados a la estrategia militar de los Estados Unidos. No es de extrañar que Francia, la mayor potencia militar de la UE y con intereses imperialistas a veces contradictorios con los Estados Unidos en el norte de África y Oriente Próximo, siempre haya visto a la OTAN con recelo. De hecho, Francia se salió de la alianza durante más de 50 años, de 1966 a 2009, y ahora Le Pen vuelve a llevar en su programa recuperar esa independencia del aspecto militar del imperialismo galo.

Buscando cierto margen de independencia respecto de los Estados Unidos en el ámbito militar, Francia encabeza la propuesta de crear un ejército propio europeo. La propuesta no acaba de salir adelante por dos motivos principales:

El primero es que un ejército europeo estaría, en la práctica, bajo dirección francesa, sin embargo, otros socios de peso —como Alemania, Italia o España— quieren ser tomados en consideración. Si el ejército europeo acaba siendo el ejército de intervención de los intereses franceses en sus zonas de influencia bajo paraguas comunitario (de ahí viene la idea de crear una «fuerza de intervención rápida»), el resto de potencias deben sacar algo a cambio. A esto se añade que Francia está interesada en que la futurible concentración de los monopolios armamentísticos (al estilo de la unificación militar estadounidense) se produzca sobre la base de la industria militar francesa, y de ello se deduce el giro belicista de Macron en los últimos meses.

El segundo motivo del rechazo a la propuesta francesa se encuentra en la enorme influencia que tienen los Estados Unidos sobre ciertos gobiernos —especialmente de Europa del Este—, que les lleva a boicotear desde dentro de la propia UE cualquier iniciativa militar que tenga como indisimulado objetivo tomar distancias de Washington.

VII. Unidad y lucha con el amigo americano

Estados Unidos supone la mayor fuente de división en el seno de la UE. La relación con el socio americano se da como una relación dialéctica dentro de la pirámide imperialista, habiendo pulsiones de unidad y pulsiones de lucha. Estados Unidos es el mayor aliado comercial, inversor y militar de la UE. Estados Unidos está en la cima de la pirámide imperialista, y su política es empujar hacia abajo a todos sus posibles competidores. Hoy es obvio cómo, en la guerra ruso-ucraniana, los Estados Unidos han estado empujando para romper los puentes de la UE con Rusia y así debilitar a dos de sus competidores. Por otro lado, los países de la UE que tienen mayores aspiraciones de dominio, sobre todo Francia y Alemania, tratan de evitar esos empujones y escalar posiciones a costa de los monopolios americanos. La lucha a veces se lleva de forma soterrada y en ocasiones se hace más abierta, como las sanciones cruzadas a los monopolios como Boing, Google, Apple o Airbus. Estados Unidos tiene una posición de superioridad respecto a la UE, pero no la domina como una marioneta, ni mucho menos.

En cambio, hay países más débiles de la UE donde los Estados Unidos tienen una capacidad de influencia muy elevada, y en los cuales despliegan una intervención multifacética para colocar a un país bajo su órbita y después mantener la estrategia de agarrar y no soltar. Las inversiones de los monopolios estadounidenses y sus fondos de inversión son enormes en Europa. En España es raro encontrar una empresa del IBEX35 que no tenga entre sus mayores accionistas a los monopolios estadounidenses. Solo el fondo de inversión BlackRock está presente en 18 de las empresas del IBEX35, destacando su presencia en Iberdrola con un 5.1 %, en Repsol con un 5 %, en Telefónica con otro 5 % o en todos los grandes bancos (5.4% del Santander, donde es el máximo accionista, 6 % del BBVA, 3 % de CaixaBank y el 5.2 % del Banco Sabadell). En otros países con burguesías menos maduras que la española, como los países del este europeo, esta penetración de monopolios estadounidenses se hace todavía mayor, cosa que lleva aparejada una correspondiente influencia política.

Tras la enorme presencia accionarial de las grandes compañías por capital de los Estados Unidos viene el control completo de sectores del mercado, como el mercado tecnológico y audiovisual, que llevan aparejados una enorme influencia de masas desde los centros transatlánticos, y luego toda una presencia importantísima en muchos sectores de la producción (marcas de bebida, ropa, maquinaria, automoción, electrónica, etc.). Tal como se ha indicado, esta presencia de los monopolios estadounidenses se complementa con centenares de lobbies de presión en la UE y en cada cancillería europea e incluso en cada región. Finalmente, el paraguas militar que ofrecen los Estados Unidos con la OTAN a los países más débiles del este europeo, conlleva una obligada dependencia al socio americano.

Todo ello genera unas tensiones evidentes en el seno de la UE. Mientras Francia y Alemania tratan de fortalecer la unión para poder competir como polo imperialista independiente, algunos países de la UE se resisten o directamente lo boicotean bajo la batuta estadounidense. Algunos de estos países juegan sus cartas poniéndose entremedio de los grandes de Europa y los Estados Unidos para intentar sacar partido de ambos. Pero hay que tener cuidado porque los grandes polos imperialistas aplican siempre la táctica del palo y la zanahoria con los países más pequeños y, si se acaba la zanahoria, no dudan en disciplinarlos con el palo.

En este panorama se debe entender el Brexit de hace unos años, como el rechazo del Reino Unido en avanzar en la unidad europea en contraposición a su gran socio americano, desarrollando un proyecto imperialista independiente a caballo entre ambos.

El concepto de Occidente como una alianza económica, política y militar estable, que tiene una plasmación en una unidad de valores democráticos, es una farsa. No existe tal unidad estable, es una unidad circunstancial mientras se mantienen los condicionantes que compensan las fuerzas de ruptura. No existe un occidente colectivo de igual forma que no existe un antioccidente colectivo, y lo mismo puede aplicarse al hablar de un Norte Global y de un Sur Global. El mundo capitalista no se divide en dos familias enfrentadas. El mundo capitalista es un complejo entramado de alianzas y conflictos temporales para el dominio de los burgueses de cada país en una pirámide de dominación e interrelación.

VIII. Conclusiones

Todo lo que hemos expuesto nos sirve para pintar un cuadro general de lo que es la UE y cómo se relaciona internamente y externamente. La UE no es ninguna unión por la paz y la democracia, es una unión circunstancial para competir con mejores condiciones contra los polos imperialistas vecinos y defender su mercado capitalista. La UE actúa como un polo imperialista con enormes contradicciones. La UE puede seguir fortaleciéndose internamente si ganan las pulsiones de unidad, pero también es factible una desintegración o un desgajamiento si Francia y Alemania no consiguen disciplinar a los Estados más débiles, o si un giro de los acontecimientos pone sobre la palestra las contradicciones entre monopolios franceses y alemanes. También hemos expuesto la posición de los distintos monopolios y por qué su relación no se basa en la simple supeditación sino en una interdependencia desigual. Sobre esta interdependencia desigual se toman las decisiones políticas en la UE, que no tienen ninguna relación con la democracia y sí mucho que ver con las necesidades de los monopolios en cada momento.

En este conflicto de intereses, los Estados siguen siendo fundamentales para la lucha entre capitalistas y para que estos se defiendan del pueblo, muy a pesar de los que plantean que los Estados ya no condensan el poder político y militar burgués. El monopolio de la violencia sigue residiendo en los Estados, y la violencia es, en última instancia, la palanca sobre la que se sustentan las dominaciones.

En ese sentido, la propuesta revolucionaria de la salida de un país de la UE no tiene nada que ver con una salida patriótica. España, por ejemplo, no se trata de un Estado vasallo de Francia o Alemania; si se supedita en algunos aspectos a otras potencias es a cambio de que sus monopolios puedan participar del pillaje mundial. Una salida de España de la UE en clave capitalista no supondría ninguna recuperación de la soberanía ni mucho menos una emancipación de la clase obrera y los sectores populares; implicaría simplemente, como mucho, sustituir a unos capitalistas por otros. Si esta propuesta quiere asumir su forma revolucionaria, debe concebirse necesariamente como un eslabón de la revolución mundial, como un momento táctico inserto en una estrategia de lucha internacional por el poder político; es decir, el planteamiento de una salida de la UE como parte de una estrategia de desestabilización de dicho bloque imperialista no puede separarse ni un solo segundo de la lucha revolucionaria de la clase para instaurar su propio régimen.

El aumento de las tensiones internacionales del capitalismo fruto de la competencia y la guerra tiene traslaciones directas en la lucha de clases de cada país. Cada burguesía se prepara para la conflagración armada generalizada. Esta preparación es multifacética, no solo abarca la inversión en defensa. La mayor ofensiva se está dando en la preparación psicológica de la población, aprovechando dinámicas de control social ya testeadas en la pandemia. Así pues, se está alimentando el nacionalismo, el racismo y la xenofobia, que permiten propagar de manera más eficaz las posiciones social-chovinistas (históricas posiciones socialdemócratas que se pliegan al nacionalismo en momentos de necesidad) de salida de la UE en clave «patriótica».

Los revolucionarios e internacionalistas del mundo, aprendiendo de las lecciones de las revoluciones y de todo el desarrollo de la lucha de clases del siglo pasado, debemos llamar a la unión internacional de toda la clase contra todos los capitalistas. Clase contra clase es una consigna plenamente vigente para los comunistas del siglo XXI.

Notas:

  1. Véase Opiniones y actitudes ante la Unión Europea, abril 2024, aquí.
  2. Datos extraídos de la web oficial de la Unión Europea y trabajados en tablas propias.
  3. Téngase en cuenta que estos datos pueden ser, en el contexto presente, bastante fluctuantes.