Parece apreciarse en los últimos años en España un auge del marxismo. Un auge del marxismo a nivel organizativo, especialmente en las generaciones más jóvenes, azuzado por el incumplimiento de las expectativas de recuperación económica y salida de la crisis, seguido del explícito angostamiento del programa socialdemócrata y reformista. Ese auge está alimentando y a la vez es alimentado por una hemorragia editorial de marxismo; a las editoriales convencionales como Akal-Siglo XXI, Capitán Swing, Traficantes de Sueños, Bellaterra, El Viejo Topo, Verso, etc., se suman proyectos más modestos como Edithor, Dos Cuadrados o Ediciones Mnemosyne, o las plataformas directamente integradas en organizaciones partidarias comunistas. Lo que, en principio, es motivo de celebración, debe ser analizado desde una óptica que vea más allá del texto y atienda a la dimensión política –institucional– de la producción teórica.
I. Guerras frías culturales
Esta hemorragia editorial en España solo es comparable al auge de literatura marxista que se dio en los años 60 y 70, con la relajación de la censura de mano de Fraga Iribarne y la posterior Transición. Aquella eclosión literaria y laxitud de la censura, que obviamente siguió existiendo, tuvo protagonistas diferentes –aunque alguno que otro en común, como Akal–; por aquel entonces el activista o militante «de izquierdas» debía acudir a Ciencia Nueva, Ayuso, Laia, Zyx, Fundamentos, Ruedo Ibérico… No somos pocos los militantes comunistas o simplemente interesados en cuestiones políticas los que tenemos ejemplares de estas editoriales y de aquellos años. De hecho, Siglo XXI y Akal están constantemente reeditando (o más bien reimprimiendo Desde hace años la MEGA2 (Marx-Engels-Gesamtausgabe) incluye una nueva edición revisada de La ideología alemana; sin embargo, Akal ha optado por reeditar prácticamente la misma versión conocida desde hace más de medio siglo; no sobra decir que a precio de joyería. 1) obras que parieron hace medio siglo por primera vez.
La abundante historiografía que aborda esta cuestión, por lo general la reduce a una única lectura: este auge de literatura progresista y marxista fue un torrente de cultura democrática y libertad de expresión que no pudo ser contenido por la dictadura, aunque lo intentara con sanciones y cierres administrativos, como fue el caso de Ciencia Nueva en 1970. Un torrente que nos ayudó a navegar hacia la España moderna, democrática y europea de hoy, y en buena medida así es; sin embargo, aquel torrente tiene más dimensiones de análisis. Un ejemplo es Europa en España. Redes intelectuales transnacionales (1960-1975), editada por Sílex en 2022. La obra conjunta, dirigida por Carlos Santacana Torres, reúne artículos sobre cuestiones muy diversas, como el abordaje de figuras particulares como Joan Fuster o Josep M. Castellet, la influencia del mayo francés del 68 o el diálogo cristiano-marxista. La perspectiva general de la obra podríamos catalogarla de ingenua en el mejor de los casos, cínica y maliciosa en el peor, pues si bien resalta el leit-motiv europeísta como herramienta de la oposición democrática al franquismo, obvian que ese mismo europeísmo incardinaba con la llamada «Guerra Fría cultural» y la «Diplomacia de ideas». Cinismo o malicia entendible al constatar que el libro está financiado con FEDER (Fondos Europeos de Desarrollo Regional). 2
Pongamos de ejemplo la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. Las obras de Adorno, Horkheimer, Habermas o Walter Benjamin fueron ampliamente editadas por la editorial Taurus en los años 60. Nadie que conozca el mundillo editorial y su historia ubicaría a Taurus en una lista de editoriales «progresistas», pues su dirección siempre estuvo ocupada por personalidades de entornos eclesiales, pero ahí están estas obras de «marxismo crítico». Taurus se fundó en 1954 por Francisco Pérez González, Véase la biografía publicada en la página de la Real Academia de la Historia, disponible aquí. En ella aparecen organizaciones y nombres que podríamos denominar sospechosos habituales, que terminarían por ser fundamentales a nivel institucional e intelectual en la monarquía parlamentaria española, socialdemócrata y firmemente comprometida con la Europa imperialista. 3 y desde el principio fue una gran divulgadora en el mundo hispanohablante de la obra de importantes pensadores europeos, en un principio abordando debates teológicos y sobre el catolicismo de la época, pero diversificando las temáticas pronto, en un contexto en el que la España del desarrollismo en los años 60 buscaba entrar en Mercado Común Europeo. Entre los autores españoles editados, y que además son de los primeros que menciona la Real Academia de la Historia, se encuentran José Luis Aranguren, Julián Marías o Pedro Laín Entralgo, todos ellos figuras del entorno del Congreso por la Libertad de la Cultura.Conocido think-tank anticomunista transnacional fundado en 1950, financiado por la CIA y la Fundación Ford. Véase la página dedicada al CLC en el Proyecto Filosofía en Español, ampliamente documentada con fuentes primarias, como el archivo personal de Pablo Martí Zaro, Secretario del Comité español del CLC durante más de una década. Disponible en aquí. Al respecto también es muy recomendable la obra de la historiadora Olga Glondys, destacando el artículo Glondys, O. (2015). El Congreso por la Libertad de la Cultura y su apoyo a la disidencia intelectual durante el franquismo. Revista Complutense de Historia de América, 41, 121-146. Disponible aquí. 4 Entre los españoles editados por Taurus también se encuentra el filósofo Gustavo Bueno, cuya obra magna, Ensayos materialistas, fue publicada en 1972 y escrita por encargo del a la sazón director de Taurus y posteriormente Director de Música y Danza del Ministerio de Cultura y Duque de Alba, Jesús Aguirre. Las obras frankfurtianas y los Ensayos Materialistas Merece la pena echar un vistazo a la obra, disponible aquí. En ella, Bueno confirma ser uno de los filósofos españoles que más en serio se tomó la filosofía soviética, pero para el asunto que aquí nos atañe conviene resaltar dos atributos del libro: es poco accesible y difícil de maquetar, toda una extravagancia desde el punto de vista comercial. Debe tenerse muy presente que Bueno había saltado a la fama dos años antes por su polémica con una de las referencias intelectuales del PCE y del marxismo español, Manuel Sacristán. 5 tienen algo en común: entran en dura polémica con el Diamat soviético; el sentido de la línea editorial es claro.
De operaciones similares, o líneas editoriales igualmente sospechosas, muchos ejemplos podrían ponerse. A veces no es necesario encontrar un documento privado perdido por algún archivo que pruebe que determinada colección o cierto libro fue financiado con dinero de la CIA, basta con cruzar fechas, traductores, editores, prologuistas… y claro está, no se trata de encontrar una trama urdida únicamente por los Estados Unidos, sino que este tipo de operaciones las realizaban diferentes Estados, instituciones religiosas, grupos políticos que se aliaban coyunturalmente, etc., que se podían llegar a anular mutuamente o poner en marcha proyectos e iniciativas que descarrilaban o se escapaban del control del activante. La historia siempre es más compleja.
No se pretende aquí ofrecer una perspectiva conspiranoica, de una CIA omnipotente, en la que a menudo se cae desde las tribunas de los marxistas nostálgicos ortodoxos que no asumen que perdieron la Guerra Fría, y deciden echarle la culpa a Marcuse por dar clase en la Universidad de Columbia (aunque este dato, claro, tampoco es baladí). Lo que aquí se pretende es advertir a los entusiastas de las nuevas publicaciones marxistas, a los que reciben esta hemorragia editorial como un acervo dinamizador que absorber, Sorprende observar por redes sociales y en determinados círculos militantes cómo algunos autores se ponen de moda casi instantáneamente, como por ejemplo Søren Mau, Juan Íñigo Carrera o Simon Clarke. No debe entenderse este comentario como una crítica a ellos o a sus lectores, pues quien aquí escribe ha leído a los tres, seducido precisamente por los cantos de sirena. 6 que existen dinámicas políticas que desbordan ampliamente el contenido textual de esos artículos o libros con sus (no siempre) novedosos planteamientos. El ejemplo de Taurus solo pretende ser un ejemplo evidente y muy ilustrativo.
No deben perderse de vista patrones, como que las nuevas referencias ideológicas en este auge marxista que puede apreciarse en España suelen ser marxistas anclados en la academia, volcando tesis doctorales reconvertidas en libros o antologías de artículos publicadas en revistas indexadas. No se trata de recusar la marxología cocinada en salones académicos, pues no necesariamente implica ausencia de compromiso militante, y nadie puede negar sus valiosos y abundantes aportes. Tampoco cabe negar que toda esa marxología, cuando toca aterrizarla en la arena política, muestra sus carencias. Los lectores habituales de este tipo de obras podrán apreciar que en muchas de ellas se abusa del término «emancipación» o «transformación», en detrimento de ideas como la de «revolución» –no hablemos ya de «dictadura del proletariado»–. Se detectan patrones estructurales como que buena parte de estos libros o panfletos incluyen el apartado analítico-crítico, claramente un reciclado de un artículo académico o una tesis doctoral, seguido de unos capítulos finales o conclusiones orientados a dibujar un «horizonte emancipador» donde se plantean elucubraciones sobre el tiempo libre, la soberanía popular, el amor postcapitalista o lo que sea, donde la autoría da rienda suelta a su faceta militante o activista. Véanse dos ejemplos rápidos. La política de todes. Feminismo, teoría queer y marxismo en la intersección, de Holly Lewis, editado por Bellaterra en 2020, es un libro potente e interesante, que sorprendería a todas las personas críticas con la militancia queer, con una incorporación muy solvente de la crítica de la economía política al análisis del género y las categorías de las ciencias biológicas, atizando por el camino a importantes intelectuales como Lise Vogel. Ahora bien, la obra finaliza con «Diez axiomas para un futuro marxista queer», axiomas que deberían –la formulación condicional es constante– realizarse de alguna manera desconocida. Algo similar podríamos decir de La automatización y el futuro del trabajo, libro de Aaron Benanav editado por Traficantes de Sueños en 2021. Una obra que podríamos encuadrar en el anuncio de un capitalismo en descomposición fruto de la pérdida de la «centralidad del trabajo» en la producción, anuncio generalizado últimamente en algunos espacios militantes de la mano de Robert Brenner, Mike Davis, Corsino Vela o Andrés Piqueras. El libro de Benanav está ampliamente documentado y despacha fácilmente el discurso de la automatización y el determinismo tecnológico, pero al llegar al final nos habla de una «conquista de la producción», «mundo de posescasez» y «justicia para todos» aureolares, sin brindar ni una mínima sugerencia de mediación política para afrontar el reto. Sería injusto exigirle a Lewis o Benanav que nos dieran una fórmula política para conquistar «un horizonte emancipador», esa no es la cuestión, sino precisamente señalar uno de los límites esenciales de aquellos planteamientos donde el punto de partida es una tesis doctoral o una línea de investigación: no cabe esperar que la Filosofía o las ciencias tracen una hoja de ruta para la política; eso tiene más que ver con el Rey filósofo platónico que con el marxismo revolucionario, a pesar de la desafortunada XI tesis sobre Feuerbach y sus interpretaciones, por la que muchos líderes revolucionarios se vieron impelidos a ejercer de filósofos y terciar en debates y cuestiones que en más de un caso les desbordaban. 7 Claro que, esto no es nuevo, entre los textos clásicos del marxismo también podemos encontrar ejemplos similares. Esto no desautoriza necesariamente a sus autores ni niega el valor de estos materiales.
Esto no pretende ser una crítica ética, de rechazo a estas figuras por estar «apoltronadas» o ser «estómagos agradecidos», no es siquiera una crítica propiamente dicha; pero parece perderse de vista el contexto de privatización y empresarización creciente en el que se encuentra precisamente la Academia, que conlleva un filtrado de líneas de investigación, corrientes filosóficas y metodologías científicas en detrimento de otras. Por otra parte, las obras de estirpe académica están atravesadas por cruces de intereses personales o gremiales, y dan pie fácilmente al eclecticismo. Las instituciones de las que surgen estas elaboraciones teóricas no son neutras ni pueden segregarse de las mercancías que producen. También se obvia a menudo, o se pasa por alto, la composición de los consejos editoriales de nuestros anticapitalistas proveedores, fácilmente rellenados con miembros de departamentos universitarios concretos o intelectuales orgánicos de partidos políticos específicos. Debemos tener en cuenta que la Guerra Fría no terminó en el periodo 1989-1991, solo cambió el régimen político de uno de los contendientes.
En suma, las líneas institucionales que configuran el marxismo o la marxología son prácticamente igual de importantes que lo que se plasma en el texto, y desde luego no puede entenderse el último al margen de las primeras. La racionalidad y su orientación no es algo que brote de la mente de los académicos, sino que se despliega institucionalmente, en una determinada praxis social e histórica conforme a unos fines; esta praxis teorética anuda con praxis políticas, socioculturales, etc. Un libro nunca es «solo» un libro. La primera mediación política supuesta en una publicación es el propio acto de la publicación, la puesta en circulación de una mercancía; la cuestión central es que esa mercancía no está producida por y para una organización revolucionaria, sino en el mejor de los casos para fomentar el activismo (aunque sea «emancipador») o rellenar currículums, o, en el peor de los casos, para meter ruido y generar confusión entre organizaciones.
II. Una breve vindicación del Diamat
En este artículo Diamat, acrónimo de Materialismo Dialéctico, hace referencia a la filosofía marxista-leninista institucionalizada en la Unión Soviética, no a todos aquellos que se reclamen filósofos dialécticos y marxistas. 8
Una idea con la que estamos familiarizados los marxistas «occidentales» es que el marxismo soviético era un corpus ideológico anquilosado, pobre, dogmático, escolástico, simple, etc., al punto de que, de tanto repetirse, la idea paradójicamente se hizo dogma. Resulta extraño y poco usual que entre las publicaciones marxistas más recientes, especialmente a partir los años 90, se cite o se dialogue con filósofos e intelectuales de época soviética, como si esa sociedad política que duró 70 años hubiera subsistido desplegando doctrinas paupérrimas en el terreno científico y filosófico. A lo sumo se rescatan a pensadores como Évald Iliénkov o Lev Vigostki, envueltos con el aura de proscritos, heterodoxos o disidentes, como si no fuesen ellos mismos parte integrante del pensamiento soviético. En De regreso a Marx. Claves para el pensamiento crítico, coordinado por Marcello Musto y publicado por Bellaterra en 2020, encontramos unos capítulos finales donde se da cuenta del estado del marxismo en varios países; del marxismo mayormente académico, aunque también se cita a autores «independientes». A la hora de abordar Rusia se resaltan a algunos discípulos de Iliénkov y a los marxistas que más rompían con el Diamat y el marxismo «oficial» soviético. Se da por supuesto que este último era un marxismo de «clichés», un marxismo que estaba impermeabilizado al «pensamiento crítico e innovador». Pareciera que de la ideología soviética y sus instituciones científicas solo eran rescatables los años 60, donde se da un «Renacimiento de Marx». En este libro son bastante ilustrativos los ejemplos de Vadim Mezhuev o Teodor Oizerman, que viraron al anticomunismo socialdemócrata. Cuando se apela al «pensamiento crítico», al «marxismo crítico», o fórmulas similares, podemos echarnos a temblar. Sobre esta cuestión, es de gran interés el artículo escrito por Víctor Carrión, miembro, por cierto, de la editorial Edithor antes mencionada, «Impacto de la obra de E.V. Iliénkov en el espacio postsoviético», publicado en esta misma revista. 9 Ciertamente en el marxismo soviético existía la censura, la simplificación y el exceso de argumentos de autoridad propios de la escolástica; a cualquiera familiarizado con la historia de la Filosofía le ruborizarían las constantes dicotomías materialista-idealista, así como también los permanentes sociologismos que se pueden apreciar en los manuales de filosofía soviéticos más divulgados en lengua española.
Sin embargo, cuando uno supera la censura ambiental y se familiariza con los debates y las corrientes que se fueron dando en el seno de las instituciones soviéticas, aprecia una gran riqueza y diversidad de temas, rompiendo con la concepción del marxismo soviético como una Vulgata que oponer al marxismo crítico y creativo. Este último un marxismo que, tal como señala Domenico Losurdo, puede presumir de impulsar e inspirar cero revoluciones y cero proyectos de transformación efectiva de la sociedad. El Diamat y el marxismo-leninismo «oficial», esta es la tesis fuerte de este epígrafe, lejos de ser un fósil, era una filosofía y doctrina revolucionaria viva. ¿Qué quiere decir esto? Que no era una filosofía onfaloscópica, donde la sistematicidad se confundía con la incomunicación y la autofagia, perdiendo el pulso a la realidad política.
Sería un error concebirlo como una mera vulgata administrada tras ser mutilada interesadamente por el degenerado Partido Comunista de la URSS. Es común el rechazo del M-L soviético y del Diamat por ser una construcción ex nihilo de la camarilla de Stalin, la cual rompería con los «verdaderos» Marx, Engels y Lenin. Posición simplista que, aunque tiene trazas de verdad (existen discontinuidades, lagunas, modificaciones, etc.), implica el absurdo de plantear que 1) existe un Marx o Lenin «puros», cuyas obras son monolíticas y plenamente coherentes desde un punto de vista interno, que solo permiten una interpretación o desarrollo, lo cual se parece a la sola scriptura luterana; y 2) que no hay continuidad de ningún tipo entre las obras de Marx, Engels y Lenin con las de Stalin y autores soviéticos posteriores, cuya degeneración solo puede derivarse de Bernstein, Kautsky (los cuales tampoco beberían absolutamente nada del «verdadero» Marx, claro) o, quién sabe, una pulsión autoritaria de acumular poder personal, perspectiva que por desgracia no solo triunfa entre los autores reaccionarios y/o demoliberales. Se pueden trazar ciertos paralelismos con quienes quieren abrir brecha entre la obra de Engels –tosca, vulgar– y la de Marx –brillante, luminosa–, obviando que sus trabajos estaban coordinados y personalmente debatidos, de la misma manera que algunas de las obras engelsianas a las que se responsabiliza de las vulgaridades de la II Internacional y la URSS, como el Anti-Dühring, tenían el beneplácito de Marx. Lo mismo cabría decir, por ejemplo, de buena parte de las obras de Lenin y Stalin. 10 Si bien los conflictos entre intereses políticos intervienen en buena medida en el desarrollo de las doctrinas filosóficas, sumándose a los conflictos particulares propios de instituciones como los departamentos universitarios, sería profundamente anticomunista vincular totalmente el desarrollo del Diamat a los vaivenes políticos o los intereses del burócrata de turno. ¿Y eso por qué? Porque estaríamos comprando el esquema del totalitarismo, la perspectiva del Partido-Estado como demiurgo omnipotente y omnisciente que dirige la pluma de todos los escritores, filósofos y científicos, enturbiando la libertad de pensamiento de la que gozarían los «marxistas creativos» del occidente democrático. Esta perspectiva es solidaria del mecanicismo por el cual algunas ideas se asocian directamente a posiciones políticas concretas sobre temas muy diversos –concepción en la que se embarraron muchos debates políticos y filosóficos–. La Unión Soviética era una sociedad política de dimensiones continentales que duró siete décadas, a la fuerza plural en múltiples facetas, y un análisis riguroso nos exige establecer hiatos –que no hipóstasis–, conexiones pero también desconexiones, entre diferentes instancias políticas y teoréticas.
Este enfoque totalitario nos hace perder de vista la sustantividad filosófica del Diamat y la ideología marxista-leninista en su diversidad, profundidad y amplitud. Desde el día 1 después de la fundación de la URSS, los revolucionarios triunfantes se enzarzaron en debates ideológicos de gran calado, ya no solo el que se popularizó como Gran debate sobre el socialismo en un solo país y la revolución permanente, sino también el debate filosófico entre deborinistas y mecanicistas, seguido de otras luchas que se dieron en el «frente filosófico» sobre Historia, Biología (en la polémica Lysenko-Vavílov se están resolviendo también polémicas ideológicas y filosóficas) o Economía política (mercantilistas versus antimercantilistas Llama poderosamente la atención que este debate tan importante en la URSS esté ignorado, en un momento de creciente interés por la Crítica de la Economía Política, dándose el caso de que en ciertas publicaciones entre colectivos militantes se esté pisando sobre pisado y los contendientes sin saberlo. 11). Definir el marxismo-leninismo o el Diamat como un espantajo o una construcción insulsa que solo cabe vincular a la desviación nacionalista y burguesa no solo es simplista, sino que no soporta el más mínimo rigor histórico.
Este sistema filosófico no solo coaguló en los famosos manuales de Afanásiev o Konstantinov, sin duda toscos y a menudo simplistas, o los diccionarios de Filosofía; Las diferentes ediciones de los Diccionarios soviéticos de Filosofía pueden consultarse en español en el sitio Filosofía en español. Disponibles aquí. Estos diccionarios siguen siendo ampliamente consultados, especialmente desde Hispanoamérica. 12 sino que también se ejercitaba en otros saberes no-filosóficos, como los científicos, políticos, morales, estéticos, etc. Los manuales y artículos de Psicología, Historia o Economía política, si bien tienen campos diferentes a la Filosofía, llevan implícitos unos determinados fundamentos filosóficos. Si durante la Guerra Fría el llamado bloque occidental se vio obligado a fomentar el neopositivismo o la filosofía analítica en la ciencia y filosofía occidentales, o teorías izquierdistas alternativas al ML en el escenario político, a la vez que celebraba congresos científicos o filosóficos donde se polemizaba con el Diamat y las ciencias soviéticas, es porque no se podía obviar al elefante en la habitación. No cabía tratar a la Unión Soviética como si fuera la caricatura de Tintín en el país de los soviets, donde las fábricas eran decorados de cartón. El pueblo soviético había puesto el Sputnik en órbita, sus científicos habían fabricado la bomba atómica, y en sus publicaciones académicas científicas, técnicas y filosóficas se mostraban al tanto de los avances de sus homólogos capitalistas, siendo capaces de envolver y destruir las teorías occidentales.
El Diamat se ramificaba en una determinada ontología, gnoseología, epistemología, psicología, filosofía moral, antropología filosófica, filosofía política, etc.; es decir, era un sistema verdadero (no una mera relación de axiomas estalinianos o una logomaquia entre divagantes) que, tal como decíamos más arriba, no puede segregarse de las instituciones de las que partía. El Diamat era la ideología oficial de la Unión Soviética, y si tuvo ese amplio desarrollo envolvente se debe a que estaba implantado en una sociedad política con vocación universal, en un comunismo incoado, que exigía totalizar y roturar todo el mundo, sistematizar y criticar los materiales dados por la lucha de clases y el desarrollo histórico a una escala universal. Afirmar esta vocación universal, y que el ideal comunista estaba engarzado esencialmente en el proyecto soviético –no se puede entender sin presuponer las ideas comunistas de Marx funcionando–, no implica negar el oportunismo político, la rebaja de las tareas históricas desde épocas tempranas o la degeneración ideológica que se gestó en la Unión Soviética o experiencias de corte similar en el siglo XX. Si no asumimos esta supuesta «contradicción» (que no es otra cosa que asumir la existencia de hiatos entre diferentes instancias en un curso histórico determinado) caeríamos en el esquema que a menudo se reproducen desde posiciones izquierdistas e infantiles, donde no se parte del proceso político, in media res, como praxis social y política históricamente determinada, sino de la Idea de comunismo ya realizado, donde los cursos políticos realmente existentes o pasados serían degeneraciones, desviaciones o «déficits» de la Idea y el verdadero (aunque inexistente) comunismo. Un fundamentalismo que choca con la noción marxista de comunismo como movimiento que anula y supera el orden de cosas existente, antes que como un estado definido a priori a implementar. 13 No era un sistema orientado a crear mercancías académicas o ligado a un grupo cerrado y particular de un maestro y sus discípulos y epígonos intentando crear escuela en una región o una universidad. Claro que, por esa misma razón, es imposible desvincular totalmente al Diamat del fracaso del proyecto político al que estaba vinculado; tampoco de sus degeneraciones. Una vindicación implica defensa ante injurias o acusaciones injustas, pero no una postura acrítica. El Diamat supo autodiagnosticarse problemas y contradicciones que no fue capaz de resolver; también fue presa de su propia concepción de Filosofía como ciencia o teoría general de la relación del ser y la conciencia, lo que llevó a esperar de la Academia respuestas y soluciones a problemas que no podía resolver.
III. Conclusión. Tradición y sistema, tareas pendientes del Partido
El auge de las organizaciones marxistas y la disposición de herramientas como Internet abre una ventana de posibilidad a explorar por aquellas organizaciones que quieran unir comunismo y movimiento obrero: recuperar y cultivar una tradición ya definida, el Diamat. Recuperar, porque no podemos obviar la producción filosófica y teórica implantada en una sociedad política nacida de una revolución, que impulsó la obra de Marx por todo el mundo. La sociedad soviética afrontó buena parte de los mismos problemas que afrontamos en nuestro presente, y en su seno crecieron instituciones e intelectuales que se interrogaban por las mismas dudas y contradicciones que afrontamos hoy. Cultivar, porque la Unión Soviética cayó, el ciclo revolucionario del siglo XX se clausuró, lo que nos exige no fosilizar nuestra tradición, sino desarrollarla. No todo está en Marx, ni en Lenin, ni en Iliénkov. Ese cultivo debe estar fundamentado en la independencia de clase, que recoja lo arrojado por la academia y las instituciones capitalistas, pero para sistematizarlo y envolverlo conforme a un proyecto revolucionario.
Claro que también debemos rebajar nuestras pretensiones. Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario, y el movimiento comunista se encuentra en un marasmo ideológico que exige criba y cierta catarsis, pero sería erróneo identificar del marxismo o la doctrina política revolucionaria con la ciencia en sentido estricto tal como la entendemos hoy. La científica no es la única racionalidad que existe y el marxismo, más que ciencia, es una doctrina política de transformación y lucha revolucionaria. Una doctrina con fundamentos filosóficos, que por extensión depende del estado en el que se encuentren las ciencias y las técnicas de cada momento, y permite desarrollos científicos y filosóficos, pero eso no justifica igualar política y ciencia. La política y la ciencia a menudo se anudan, pero son cosas diferentes. El motor de la historia no son las ciencias ni las ideas, la teoría revolucionaria presupone un movimiento revolucionario real, son como anverso y reverso, conceptos conjugados; las teorías y las ciencias son ellas mismas praxis social, no precedentes de ella.
La tarea, en resumen, que tiene por delante el Partido Comunista es el de continuar tejiendo el hilo rojo de la historia, construyendo independencia política también en lo doctrinal, y no delegando en la genialidad académica o las líneas editoriales más progresistas de la izquierda del capital. Solo así cabe evitar o relativizar el contrabando ideológico y los eclecticismos, como el kantiano Fernández Liria, el heideggeriano Felipe Marzoa o el weberiano Olin Wright. Dado que la racionalidad no es una secreción de la mente, sino que es algo que se da en la propia praxis social, En Marx y Engels pueden apreciarse dos concepciones diferentes de racionalidad. Marx nos dice en El Capital que lo que aventaja al albañil de la abeja es que el primero creó en primer lugar la celda idealmente, en su cabeza. Sería lo que marcaría la diferencia entre el trabajo humano y las operaciones animales. Sin embargo, Engels en El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre nos ubica que el corte entre el animal y el hombre está en el propio trabajo históricamente determinado, entendido como una praxis social que por recurrencia (y por ende por ser efectiva) se fue generalizando de una manera históricamente determinada, pautada. Que una operación sea racional o no se da in media res, no a priori, en el momento de la interacción con la realidad que rodea al hombre. 14 para edificar una racionalidad comunista esta tiene que articularse en el seno del propio movimiento, institucionalizarse en el Partido. Ello nos exige necesariamente sistematicidad y cierta escolástica, en el sentido de Escuela propia, que traduzca, dialogue, critique y se funde en el debate colectivo para ir edificando unas premisas coherentes. El Partido debe perder el miedo a las palabras sistema y escolástica, y desprenderse de la confusión donde «creativo» y «crítico» se confunde con difuso, indeterminado y superficial.
Notas:
- Desde hace años la MEGA2 (Marx-Engels-Gesamtausgabe) incluye una nueva edición revisada de La ideología alemana; sin embargo, Akal ha optado por reeditar prácticamente la misma versión conocida desde hace más de medio siglo; no sobra decir que a precio de joyería.
- Un ejemplo es Europa en España. Redes intelectuales transnacionales (1960-1975), editada por Sílex en 2022. La obra conjunta, dirigida por Carlos Santacana Torres, reúne artículos sobre cuestiones muy diversas, como el abordaje de figuras particulares como Joan Fuster o Josep M. Castellet, la influencia del mayo francés del 68 o el diálogo cristiano-marxista. La perspectiva general de la obra podríamos catalogarla de ingenua en el mejor de los casos, cínica y maliciosa en el peor, pues si bien resalta el leit-motiv europeísta como herramienta de la oposición democrática al franquismo, obvian que ese mismo europeísmo incardinaba con la llamada «Guerra Fría cultural» y la «Diplomacia de ideas». Cinismo o malicia entendible al constatar que el libro está financiado con FEDER (Fondos Europeos de Desarrollo Regional).
- Véase la biografía publicada en la página de la Real Academia de la Historia, disponible aquí. En ella aparecen organizaciones y nombres que podríamos denominar sospechosos habituales, que terminarían por ser fundamentales a nivel institucional e intelectual en la monarquía parlamentaria española, socialdemócrata y firmemente comprometida con la Europa imperialista.
- Conocido think-tank anticomunista transnacional fundado en 1950, financiado por la CIA y la Fundación Ford. Véase la página dedicada al CLC en el Proyecto Filosofía en Español, ampliamente documentada con fuentes primarias, como el archivo personal de Pablo Martí Zaro, Secretario del Comité español del CLC durante más de una década. Disponible en aquí. Al respecto también es muy recomendable la obra de la historiadora Olga Glondys, destacando el artículo Glondys, O. (2015). El Congreso por la Libertad de la Cultura y su apoyo a la disidencia intelectual durante el franquismo. Revista Complutense de Historia de América, 41, 121-146. Disponible aquí.
- Merece la pena echar un vistazo a la obra, disponible aquí. En ella, Bueno confirma ser uno de los filósofos españoles que más en serio se tomó la filosofía soviética, pero para el asunto que aquí nos atañe conviene resaltar dos atributos del libro: es poco accesible y difícil de maquetar, toda una extravagancia desde el punto de vista comercial. Debe tenerse muy presente que Bueno había saltado a la fama dos años antes por su polémica con una de las referencias intelectuales del PCE y del marxismo español, Manuel Sacristán.
- Sorprende observar por redes sociales y en determinados círculos militantes cómo algunos autores se ponen de moda casi instantáneamente, como por ejemplo Søren Mau, Juan Íñigo Carrera o Simon Clarke. No debe entenderse este comentario como una crítica a ellos o a sus lectores, pues quien aquí escribe ha leído a los tres, seducido precisamente por los cantos de sirena.
- Véanse dos ejemplos rápidos. La política de todes. Feminismo, teoría queer y marxismo en la intersección, de Holly Lewis, editado por Bellaterra en 2020, es un libro potente e interesante, que sorprendería a todas las personas críticas con la militancia queer, con una incorporación muy solvente de la crítica de la economía política al análisis del género y las categorías de las ciencias biológicas, atizando por el camino a importantes intelectuales como Lise Vogel. Ahora bien, la obra finaliza con «Diez axiomas para un futuro marxista queer», axiomas que deberían –la formulación condicional es constante– realizarse de alguna manera desconocida. Algo similar podríamos decir de La automatización y el futuro del trabajo, libro de Aaron Benanav editado por Traficantes de Sueños en 2021. Una obra que podríamos encuadrar en el anuncio de un capitalismo en descomposición fruto de la pérdida de la «centralidad del trabajo» en la producción, anuncio generalizado últimamente en algunos espacios militantes de la mano de Robert Brenner, Mike Davis, Corsino Vela o Andrés Piqueras. El libro de Benanav está ampliamente documentado y despacha fácilmente el discurso de la automatización y el determinismo tecnológico, pero al llegar al final nos habla de una «conquista de la producción», «mundo de posescasez» y «justicia para todos» aureolares, sin brindar ni una mínima sugerencia de mediación política para afrontar el reto. Sería injusto exigirle a Lewis o Benanav que nos dieran una fórmula política para conquistar «un horizonte emancipador», esa no es la cuestión, sino precisamente señalar uno de los límites esenciales de aquellos planteamientos donde el punto de partida es una tesis doctoral o una línea de investigación: no cabe esperar que la Filosofía o las ciencias tracen una hoja de ruta para la política; eso tiene más que ver con el Rey filósofo platónico que con el marxismo revolucionario, a pesar de la desafortunada XI tesis sobre Feuerbach y sus interpretaciones, por la que muchos líderes revolucionarios se vieron impelidos a ejercer de filósofos y terciar en debates y cuestiones que en más de un caso les desbordaban.
- En este artículo Diamat, acrónimo de Materialismo Dialéctico, hace referencia a la filosofía marxista-leninista institucionalizada en la Unión Soviética, no a todos aquellos que se reclamen filósofos dialécticos y marxistas.
- En De regreso a Marx. Claves para el pensamiento crítico, coordinado por Marcello Musto y publicado por Bellaterra en 2020, encontramos unos capítulos finales donde se da cuenta del estado del marxismo en varios países; del marxismo mayormente académico, aunque también se cita a autores «independientes». A la hora de abordar Rusia se resaltan a algunos discípulos de Iliénkov y a los marxistas que más rompían con el Diamat y el marxismo «oficial» soviético. Se da por supuesto que este último era un marxismo de «clichés», un marxismo que estaba impermeabilizado al «pensamiento crítico e innovador». Pareciera que de la ideología soviética y sus instituciones científicas solo eran rescatables los años 60, donde se da un «Renacimiento de Marx». En este libro son bastante ilustrativos los ejemplos de Vadim Mezhuev o Teodor Oizerman, que viraron al anticomunismo socialdemócrata. Cuando se apela al «pensamiento crítico», al «marxismo crítico», o fórmulas similares, podemos echarnos a temblar. Sobre esta cuestión, es de gran interés el artículo escrito por Víctor Carrión, miembro, por cierto, de la editorial Edithor antes mencionada, «Impacto de la obra de E.V. Iliénkov en el espacio postsoviético», publicado en esta misma revista.
- Es común el rechazo del M-L soviético y del Diamat por ser una construcción ex nihilo de la camarilla de Stalin, la cual rompería con los «verdaderos» Marx, Engels y Lenin. Posición simplista que, aunque tiene trazas de verdad (existen discontinuidades, lagunas, modificaciones, etc.), implica el absurdo de plantear que 1) existe un Marx o Lenin «puros», cuyas obras son monolíticas y plenamente coherentes desde un punto de vista interno, que solo permiten una interpretación o desarrollo, lo cual se parece a la sola scriptura luterana; y 2) que no hay continuidad de ningún tipo entre las obras de Marx, Engels y Lenin con las de Stalin y autores soviéticos posteriores, cuya degeneración solo puede derivarse de Bernstein, Kautsky (los cuales tampoco beberían absolutamente nada del «verdadero» Marx, claro) o, quién sabe, una pulsión autoritaria de acumular poder personal, perspectiva que por desgracia no solo triunfa entre los autores reaccionarios y/o demoliberales. Se pueden trazar ciertos paralelismos con quienes quieren abrir brecha entre la obra de Engels –tosca, vulgar– y la de Marx –brillante, luminosa–, obviando que sus trabajos estaban coordinados y personalmente debatidos, de la misma manera que algunas de las obras engelsianas a las que se responsabiliza de las vulgaridades de la II Internacional y la URSS, como el Anti-Dühring, tenían el beneplácito de Marx. Lo mismo cabría decir, por ejemplo, de buena parte de las obras de Lenin y Stalin.
- Llama poderosamente la atención que este debate tan importante en la URSS esté ignorado, en un momento de creciente interés por la Crítica de la Economía Política, dándose el caso de que en ciertas publicaciones entre colectivos militantes se esté pisando sobre pisado y los contendientes sin saberlo.
- Las diferentes ediciones de los Diccionarios soviéticos de Filosofía pueden consultarse en español en el sitio Filosofía en español. Disponibles aquí. Estos diccionarios siguen siendo ampliamente consultados, especialmente desde Hispanoamérica.
- Afirmar esta vocación universal, y que el ideal comunista estaba engarzado esencialmente en el proyecto soviético –no se puede entender sin presuponer las ideas comunistas de Marx funcionando–, no implica negar el oportunismo político, la rebaja de las tareas históricas desde épocas tempranas o la degeneración ideológica que se gestó en la Unión Soviética o experiencias de corte similar en el siglo XX. Si no asumimos esta supuesta «contradicción» (que no es otra cosa que asumir la existencia de hiatos entre diferentes instancias en un curso histórico determinado) caeríamos en el esquema que a menudo se reproducen desde posiciones izquierdistas e infantiles, donde no se parte del proceso político, in media res, como praxis social y política históricamente determinada, sino de la Idea de comunismo ya realizado, donde los cursos políticos realmente existentes o pasados serían degeneraciones, desviaciones o «déficits» de la Idea y el verdadero (aunque inexistente) comunismo. Un fundamentalismo que choca con la noción marxista de comunismo como movimiento que anula y supera el orden de cosas existente, antes que como un estado definido a priori a implementar.
- En Marx y Engels pueden apreciarse dos concepciones diferentes de racionalidad. Marx nos dice en El Capital que lo que aventaja al albañil de la abeja es que el primero creó en primer lugar la celda idealmente, en su cabeza. Sería lo que marcaría la diferencia entre el trabajo humano y las operaciones animales. Sin embargo, Engels en El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre nos ubica que el corte entre el animal y el hombre está en el propio trabajo históricamente determinado, entendido como una praxis social que por recurrencia (y por ende por ser efectiva) se fue generalizando de una manera históricamente determinada, pautada. Que una operación sea racional o no se da in media res, no a priori, en el momento de la interacción con la realidad que rodea al hombre.