PARA LA VOZ

Algunas lecciones de la derrota espartaquista

Recibe cada mes los artículos de Para la voz de forma gratuita.

HISTORIA, POLÍTICA

Algunas lecciones de la derrota espartaquista

15/01/2024
16 min.

«Los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana. Porque aprenden de la derrota. El proletariado alemán carece todavía de tradiciones y experiencia revolucionaria. Y solo con ensayos a tientas y errores juveniles, dolorosos contratiempos y fracasos se puede adquirir la experiencia que garantice el éxito futuro».

Desde este optimismo revolucionario y honesto, consciente de que de la derrota –y, ciertamente, también de la victoria– debemos extraer lecciones que nos sirvan para el presente y para el futuro, escribía Liebknecht tras el fracaso del levantamiento espartaquista en enero de 1919. Desgraciadamente, el mismo día en que se publicaba este artículo, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, los más destacados líderes comunistas de Alemania, fueron brutalmente asesinados por los freikorps –grupos paramilitares protofascistas– bajo las órdenes del Partido Socialdemócrata de Alemania, que por aquel entonces gobernaba el país.

Hoy se cumplen 105 años de aquel fatídico día en el que la socialdemocracia demostró al mundo hasta qué punto eran capaces de llegar para defender el orden social capitalista. Cuando ya no pudieron apaciguar, desde dentro del movimiento obrero, el espíritu revolucionario de las masas, recurrieron a la más cruda represión para asegurar el poder de la burguesía. No solo mataron a Liebknecht y a Luxemburgo, también fueron asesinados cientos de obreros en una semana y miles fueron arrestados.

Sin embargo, recuperando ese optimismo revolucionario con el que hablaba Liebknecht, esa honesta voluntad de aprender de los errores y de analizar desde la autocrítica la experiencia revolucionaria, es que abordo este artículo. No pretende ser un análisis en profundidad, sino más bien una introducción al propio artículo de Liebknecht en la que pretendo situar un esbozo sobre el que empezar a abordar críticamente –esto es, de manera constructiva– la experiencia revolucionaria alemana de posguerra y la relación entre clase, consejo y partido.

1. Un poco de historia

Desde la victoria bolchevique en Rusia, una enorme oleada revolucionaria se expandió por toda Europa: la toma del poder en Hungría, la revolución en Finlandia, el Trienio Bolchevique en España, el Bienio rosso en Italia, etc. En todos lados se organizaron Consejos [sóviets, en ruso] de trabajadores, campesinos y soldados, siguiendo la experiencia soviética. Así describió la situación Lenin en su discurso de apertura del I Congreso de la III Internacional:

El pueblo se da cuenta de la magnitud y alcance de su lucha empeñada en nuestros días. Hace falta solamente encontrar la forma práctica que permita al proletariado ejercer su dominio. Una forma así es el sistema soviético con la dictadura del proletariado. ¡La dictadura del proletariado!, palabras que hasta la fecha sonaban en latín para las masas. Merced a la propagación del sistema de los sóviets por todo el mundo, este latín se ha traducido a todas las lenguas modernas; las masas obreras han dado con la forma práctica de la dictadura. Las amplias masas obreras la comprenden gracias al Poder soviético instaurado en Rusia, gracias a los espartaquistas de Alemania y a organizaciones análogas de otros países, como los Shop Stewards Committees en Inglaterra, por ejemplo. Todo esto demuestra que se ha encontrado la forma revolucionaria de la dictadura del proletariado, que el proletariado está ahora en condiciones de aplicar en la práctica su dominio.

Sin embargo, mientras que en Rusia los sóviets habían surgido ya en la revolución de 1905, en Alemania no fue hasta 1918 que estos empezaron a surgir por primera vez. Desde 1905 hasta 1917 la clase obrera rusa se templó en la lucha de clases por su propia experiencia en ella; así, cuando llegó la hora de tomar el poder, estaba preparada para asumirlo.

En cambio, la lucha de la clase obrera en Alemania se había mantenido durante muchos años en los estrechos márgenes económico-inmediatos en los que se movía la socialdemocracia. Mientras que en Rusia los bolcheviques supieron desplegar su actividad política para elevar la conciencia de clase, en Alemania la socialdemocracia hizo lo contrario. Así, cuando en 1918 se amotinaron los marinos contra sus oficiales, que fue la chispa que prendió la revolución alemana, esta sublevación no tenía reivindicaciones políticas socialistas. Los marinos querían una remodelación del ejército y el fin de los malos tratos hacia ellos. Entre sus reivindicaciones, estaban el reparto igualitario de comida entre oficiales y soldados, la supresión de la obligación de saludar a los oficiales fuera de servicio, e, incluso, «El saludo “Señor Capitán”, etc., debe servir solo para el principio de una frase. En el transcurso posterior de la conversación se abandona, y me dirijo al superior solo como “usted”».

Mientras el imperio alemán se desmoronaba a finales de la guerra, decenas de miles de soldados sublevados, todos ellos armados, en lugar de enfocarse en la lucha por el poder, se resignaron a reivindicaciones que, más allá de su indudable legitimidad –y, en cierta medida, de influencia socialista–, son sorprendentemente ingenuas. Por la larga trayectoria de la lucha legalista socialdemócrata del movimiento obrero alemán, ni la clase ni las masas populares estaban políticamente preparadas para hacer la revolución.

Por su parte, los espartaquistas, esto es, los comunistas alemanes, se negaron a organizarse como partido políticamente independiente durante los largos años de la guerra. En 1916, la izquierda del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) se escindió en el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD), en el cual coincidieron personalidades como Kautsky o Hilferding con Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. No fue hasta el fin de año de 1918 que se celebra el Congreso de fundación del Partido Comunista de Alemania (KPD), que finaliza el 1 de enero de 1919. Pocos días después, estalla en Berlín otra insurrección obrera a la que se suma el KPD y que, posteriormente, se la conoció como el «levantamiento espartaquista». La inexperiencia política de las masas, la enorme influencia de los socialdemócratas entre el movimiento obrero, y la debilidad del nuevo KPD, fueron sin duda factores determinantes para la derrota de la revolución. Veámoslo con más detalle.

2. Clase, Consejo y Partido

La oleada revolucionaria que empezó a gestarse desde 1917 en Alemania agarró desorganizados a los comunistas. Cuando en noviembre de 1918 se amotinaron los marinos y la revolución se extendió por todo el territorio alemán, cuando se conformaron los Consejos de Trabajadores y Soldados, los espartaquistas apenas tenían influencia en ellos. A pesar de la poca experiencia combativa de la clase obrera alemana, esta demostró estar muy por delante de lo que sus propios dirigentes –socialdemócratas, independientes y comunistas– creían.

No fue recién hasta la revolución de noviembre que se escindieron finalmente los espartaquistas del USPD y se volcaron en la organización del Partido Comunista de Alemania, el KPD. La larga lucha de los comunistas en el seno del SPD, primero, y del USPD, después, contra los elementos reformistas y oportunistas del movimiento obrero alemán, así como la inexperiencia propia como partido de vanguardia, llevó a muchos comunistas alemanes a adoptar una serie de posiciones antisindicales, antiparlamentarias e, incluso, antipartidistas, no tomando como propias las enseñanzas de los bolcheviques, sino únicamente su propia experiencia nacional en contra del oportunismo socialdemócrata alemán.

Es normal que en una organización de nueva creación en la que confluyen militantes de distintas tendencias y con diferentes experiencias tarde en esclarecer sus posiciones ideológicas y en unificar su dirección política; en ese sentido, no hay nada que podamos reprochar. Ahora bien, en un contexto tan crucial como lo fue la oleada revolucionaria de posguerra, cualquier error se paga a un gran precio. La derrota de los comunistas alemanes en el período revolucionario de 1918-1923 supuso el reconocimiento de la incapacidad política de expandir la revolución socialista al resto del continente europeo.

Si bien la Liga Espartaco existía desde 1914, nunca llegó a organizarse como un partido bolchevique y, en ese sentido, tenía aún mucho que aprender. La falta de unidad ideológica en el seno mismo del KPD –que llevó a la expulsión de un sector del partido poco menos de un año después de su fundación– y la falta de centralización de la estructura a través del modo bolchevique de organización –centralismo democrático–, hicieron de los comunistas una fuerza débil que solo pudo ir al arrastre del levantamiento espontáneo de enero de 1919. En los años siguientes, si bien el KPD aumentó considerablemente su militancia y su influencia, volvió a darse de bruces ante una mal organizada insurrección en 1921 y, finalmente, un último intento insurreccional en 1923 que volvió a ser aplastado.

Es especialmente llamativa la tenacidad y el bravo espíritu con el que los obreros revolucionarios alemanes se levantaban una y otra vez, derrota tras derrota. La mayor parte de las experiencias insurreccionales de la historia del movimiento obrero nos muestran cómo, tras el fracaso en la toma del poder por parte del proletariado, la burguesía aplasta con tanta dureza, crueldad y malicia a las fuerzas revolucionarias que estas tardan muchos años si no décadas en recomponerse. Probablemente fueron de especial importancia para esta rearticulación organizativa tras las distintas derrotas no solamente el espíritu general de optimismo revolucionario que recorrió el mundo tras la victoria bolchevique, sino también la existencia de la Internacional Comunista como centro político dirigente de los Partidos Comunistas desde marzo de ese mismo año. El análisis holístico, la socialización de experiencias y el apoyo mutuo entre los comunistas de todo el mundo es, sin duda, un elemento fundamental para la organización mundial del proyecto revolucionario.

Lo que, en cualquier caso, han demostrado todas las revoluciones fallidas –y la alemana en particular, por ser de las primeras revoluciones en la historia, y por haber concatenado una tras otra durante varios años–, es la necesidad de analizar la correlación de fuerzas de todas las clases y capas sociales del país para garantizar una cierta probabilidad de victoria. Se trata, por tanto, no solamente de ser capaces de percibir la idoneidad de las condiciones objetivas para la revolución, sino también del factor subjetivo, esto es, el nivel de organización y conciencia de la clase obrera y la hegemonía que esta pueda ejercer sobre otras capas intermedias como el campesinado, trabajadores autónomos, pequeños propietarios, etc.

De hecho, tal y como comprendieron los bolcheviques en el período entre febrero y octubre de 1917, y como se demostró con claridad en la experiencia alemana, la organización de la clase obrera en estructuras de poder propias como los Consejos son condición necesaria para la consolidación del poder obrero en cuanto son gérmenes del Estado socialista, pero no son condición suficiente para la victoria de la revolución.

Del mismo modo que en Rusia los sóviets mostraron su apoyo al gobierno provisional burgués los meses previos a la revolución de octubre, en Alemania una aplastante mayoría en el Congreso de Consejos se mostró a favor de la convocatoria de elecciones para una Asamblea Constituyente, que reorganizó el Estado alemán como una democracia burguesa, disolviendo los Consejos en 1919.

Aquí es necesario recuperar las tesis leninistas sobre la relación entre espontaneidad y conciencia. La reproducción ideológica, que no solo se realiza a través de los propios medios de producción ideológica –colegios y universidades, medios de comunicación, centros de investigación, etc.–, sino que «brota» de la propia reproducción de nuestra vida material, se realiza a través de la fetichización de la vida social, esto es, del entendimiento del mundo simplemente tal y como los fenómenos se nos muestran sin ser capaces de comprender sus dinámicas internas.

El análisis histórico-materialista nos permite, precisamente, desvelar esas dinámicas internas. En ese sentido decía Lenin que el Partido debía inculcar, «desde fuera», la conciencia como modo de superación de la espontaneidad. No desde un «fuera» de la clase, sino, por el contrario, desde un «fuera» de ese pensamiento fetichizado que se reproduce espontáneamente en el transcurrir de la vida social bajo el capitalismo. Esa conciencia «desde fuera» hace referencia a aquellos conocimientos que no pueden ser adquiridos por la mera experiencia inmediata en la lucha de clases, sino que para adquirirlos es necesario el estudio metódico de la realidad social desde la perspectiva del materialismo histórico.

Volviendo a la relación entre Partido y Consejos, podemos observar una diferencia fundamental entre la victoriosa revolución en Rusia y la derrota en Alemania. Mientras que los bolcheviques fueron capaces, a través de su intervención política, de inculcar la conciencia entre la clase y dirigir la organización obrera hacia la lucha política revolucionaria, los espartaquistas no tuvieron casi influencia entre los más amplios sectores organizados de la clase, a pesar de que esta ya había creado sus propios órganos de poder. La clase obrera alemana llegó a su máximo nivel de maduración posible bajo la conciencia fetichizada, bajo las dinámicas espontáneas de lucha política y organización; crearon verdaderos órganos de poder obrero, pero acabaron renunciando no solamente a la toma del poder, sino a su propia consolidación.

Por otro lado, evidentemente, el Partido no puede lanzarse al poder si no está fuertemente arraigado a las amplias masas obreras: si bien el partido de vanguardia es condición necesaria para la toma revolucionaria del poder, no es condición suficiente. La revolución únicamente puede ser exitosa y verdaderamente comunista cuando buena parte de la clase obrera se organiza en sus propios órganos de poder, ya sea en consejos u otras posibles formas –comités de fábrica, por ejemplo–. La toma del poder por parte del proletariado no es la simple toma del poder gubernamental por parte de su partido de vanguardia, sino la organización de la clase en los Consejos (sóviets) de trabajadores estructurados en torno a las unidades de producción como órganos del nuevo Estado socialista que vacíen de contenido político al Parlamento burgués. La democracia burguesa –y, por tanto, el Parlamento– no estará políticamente agotada hasta que no exista un efectivo poder proletario organizado en torno a sus propios órganos de poder –en forma de Consejos, por ejemplo– bajo la dirección del Partido Comunista, que interviene activamente en ellos ejerciendo su papel de vanguardia.

* * *

No quisiera acaparar más espacio para mis reflexiones, así que con estas breves notas doy por concluido este «estudio introductorio», si es que se le puede considerar como tal. Espero, en cualquier caso, que las ideas aquí reflejadas hayan sido de interés. Dejo a continuación el artículo de Liebknecht, cuya lectura recomiendo encarecidamente, no solo por su corta extensión, sino por la fuerza y el optimismo revolucionario que desprende. En una situación como la presente, tan radicalmente distinta a la de aquel enero de 1919, estas palabras siguen resonando como si hubiesen sido escritas ayer:

«Pero nuestro barco prosigue firme y orgulloso, derecho por su rumbo, hasta el objetivo final.

Y, espero que todavía vivamos cuando ocurra, nuestro Programa vivirá, regirá el mundo de la humanidad liberada. ¡A pesar de todo!».

¡A PESAR DE TODO! (Karl Liebknecht, 1919)

Artículo publicado originalmente en Die Rohte Fahne el 15 de enero de 1919. El texto digitalizado está extraído de la web marxist.org, con alguna pequeña corrección. 1

¡Asalto general contra Espartaco!

«¡Mueran los espartaquistas!», se grita por todas partes.

«¡Agarradlos, fustigadlos, ensartadlos, disparadles, remachadlos, pateadlos, hacedlos añicos!»

Se perpetran abominaciones que eclipsan las abominaciones de las tropas alemanas en Bélgica.

«¡Espartaco vencido!». Se felicita toda la prensa, desde el Post a Vorwärts.

«¡Espartaco vencido!». Y los sables, los revólveres y las carabinas de la policía germánica reestablecida, junto al desarme de los obreros revolucionarios, aseguran su derrota.

¡Espartaco vencido! Bajo las bayonetas del Coronel Reinhardt, las metralletas y los cañones del general Lüttwitz, deben celebrarse las elecciones al Parlamento nacional –un plebiscito para Napoleón-Ebert.

«¡Espartaco vencido!» ¡Sí! ¡Los obreros revolucionarios de Berlín han sido derrotados! ¡Sí! ¡Muertos un centenar de los mejores de entre ellos! ¡Sí! ¡Encarcelados varios cientos de los más entregados!

¡Sí, los han derrotado! Porque han sido abandonados por los marineros, los soldados, los guardias de seguridad, el ejército popular, con cuya ayuda contaban. Y sus fuerzas se han visto paralizadas por la indecisión y la pusilanimidad de sus dirigentes. Y los ha sumergido la inmensa ola de cieno contrarrevolucionario de los elementos atrasados del pueblo y de las clases poseedoras.

¡Sí, los han derrotado! Y era una necesidad histórica que fueran derrotados. Porque el tiempo no había llegado todavía. Y, sin embargo, la lucha era inevitable. Porque librar sin combate a los Eugen y Hirsch la jefatura de policía, ese baluarte de la revolución, hubiera sido una derrota deshonrosa. La lucha le fue impuesta al proletariado por los bandidos de Ebert; y arrastró a las masas berlinesas por encima de toda duda y sin vacilar.

¡Sí, los obreros revolucionarios de Berlín han sido derrotados! Y los Ebert-Scheidemann-Noske han vencido. Han vencido porque el generalato, la burocracia, los aristócratas de chimeneas y campos, los curas y los sacos de dinero, y todo lo que es estrecho, mezquino y atrasado, les han ayudado. Han vencido con obuses, bombas de gas y lanzagranadas.

Pero hay derrotas que son victorias; y victorias más funestas que las derrotas.

Los derrotados de la semana sangrienta de enero han resistido gloriosamente, han combatido por algo grande, por el objetivo más noble de la humanidad sufriente, por la liberación material e intelectual de las masas pobres; han derramado por este fin sagrado su sangre, que de ese modo se ha santificado. Y de cada gota de esa sangre, esta simiente de dragón para los vencedores de hoy, surgirán vengadores de los caídos; de cada fibra desgarrada, nuevos luchadores de la gran causa, que es eterna e imperecedera como el firmamento.

Los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana. Porque aprenden de la derrota. El proletariado alemán carece todavía de tradiciones y experiencia revolucionaria. Y solo con ensayos a tientas y errores juveniles, dolorosos contratiempos y fracasos se puede adquirir la experiencia que garantice el éxito futuro.

Para las fuerzas vivas de la revolución social, cuyo crecimiento ininterrumpido es una exigencia de la ley de desarrollo social, una derrota es un estimulante. Y, de derrota en derrota, su camino conduce hacia la victoria.

¿Pero, y los vencedores de hoy? Han ejecutado su infame trabajo sangriento para una causa infame. Para los poderes del pasado, para los enemigos mortales del proletariado.

¡Y ya son inferiores! Porque ya hoy son prisioneros de aquellos a quienes pensaban que podrían instrumentalizar, y de quienes ya eran de hecho los instrumentos.

Todavía dan su nombre a la empresa. Pero les queda un corto período de gracia.

Ya están en la picota de la historia. Jamás hubo en el mundo Judas como ellos, que no solo han traicionado lo más sagrado que tenían, también lo han clavado con sus propias manos en la cruz. Del mismo modo que en agosto de 1914 la socialdemocracia oficial alemana cayó más bajo que cualquier otra, ahora presenta, al alba de la revolución social, la imagen más abominable.

La burguesía francesa se vio obligada a tomar de entre sus propias filas a los carniceros de junio de 1848 y de mayo de 1871. La burguesía alemana no ha necesitado molestarse a sí misma: son los «socialdemócratas» quienes realizan el trabajo sórdido, despreciable, cobarde, sangriento; su Cavaignac, su Gallifet, su Noske, el «Deutsche Arbeiter».

Repique de campanas llamó a la masacre; música y pañuelos al viento, gritos de victoria de los capitalistas salvados del «horror bolchevique», festejan a la salvadora soldadesca. La pólvora todavía humea, todavía está en brasas el incendio de la matanza de obreros, están tendidos todavía los muertos, todavía gimen los proletarios heridos y ya los Ebert, Scheidemann y Noske pasan revista a las tropas asesinas, hinchadas de orgullo victorioso.

¡Simiente de dragón! Ya el proletariado mundial les da la espalda, estremecido, ¡a ellos, que se atreven a tender hacia la Internacional sus manos todavía humeantes de sangre de obreros alemanes! A ellos, que son rechazados con repulsión y desprecio incluso por quienes, en el vendaval de la guerra mundial, traicionaron ellos mismos los deberes del socialismo. Infectos, excluidos de las filas de la humanidad respetable, expulsados de la Internacional, odiados y abominados por todos los obreros revolucionarios, así se presentan ante el mundo.

Y toda Alemania se sumerge por su culpa en el deshonor. Traidores de hermanos, fraticidas, gobiernan al pueblo alemán. «¡Mi cuaderno, que debo escribirlo!».

¡Oh!, su magnificencia no durará mucho: un plazo de gracia y serán juzgados.

Un incendio arroja sus argumentos sobre millones de corazones, un incendio de indignación.

La revolución del proletariado, a la que han creído ahogar en sangre, se alzará sobre sí misma, gigantesca. Su primera consigna será: ¡Abajo los asesinos de obreros Ebert-Scheidemann-Noske!

Los apaleados de hoy han aprendido. Están curados de la ilusión de que podrían encontrar su salvación en la ayuda de las masas confusas de soldados; curados de la ilusión de que podrían fiarse de sus jefes, que se han rebelado débiles e incapaces; curados de la confianza en la Socialdemocracia Independiente, que los ha abandonado vilmente. Contando solo con ellos mismos darán sus futuras batallas, alcanzarán sus futuras victorias. Y la frase «la emancipación de la clase obrera solo podrá ser obra de la clase obrera misma» ha adquirido para ellos, a causa de la amarga lección de esta semana, un nuevo, profundo significado.

Y también los soldados engañados comprenderán pronto a qué juego se les ha empujado, cuando sientan de nuevo sobre ellos el látigo del militarismo reestablecido; también ellos despertarán de la embriaguez en que están sumidos.

«¡Espartaco vencido!». ¡Despacio! ¡Nosotros no hemos huido, no estamos derrotados! Incluso si nos encadenáis, ¡estamos aquí, y nos quedamos aquí! Y la victoria será nuestra.

Porque Espartaco significa: fuego e inteligencia, es decir, alma y corazón, es decir voluntad y acción de la Revolución del proletariado. Y Espartaco significa todas las miserias y aspiraciones a la felicidad, toda la determinación para la lucha del proletariado con conciencia de clase. Porque Espartaco significa socialismo y revolución mundial.

La marcha al Gólgota de la clase obrera alemana no ha finalizado todavía, pero el día de la liberación se acerca. El día del juicio para los Ebert-Scheidemann-Noske y para los potentados capitalistas que hoy se ocultan detrás de ellos. Hasta la altura del cielo golpean las olas de los acontecimientos: estamos acostumbrados a ser arrojados desde la cumbre a las profundidades.

Pero nuestro barco prosigue firme y orgulloso, derecho por su rumbo, hasta el objetivo final.

Y, espero que todavía vivamos cuando ocurra, nuestro Programa vivirá, regirá el mundo de la humanidad liberada. ¡A pesar de todo!

Bajo el estruendo del hundimiento económico que se aproxima, las masas todavía soñolientas del proletariado despertarán como si oyeran las trompetas del juicio final, y los cadáveres de los luchadores asesinados resucitarán y exigirán cuentas de los malditos. Hoy todavía, el bramido subterráneo del volcán; mañana hará erupción y enterrará todo bajo cenizas y ríos de lava incandescentes.

Notas:

  1. Artículo publicado originalmente en Die Rohte Fahne el 15 de enero de 1919. El texto digitalizado está extraído de la web marxist.org, con alguna pequeña corrección.