Esta carta fue traducida del ruso y publicada como anexo al número 2 de PARA LA VOZ: «El materialismo militante de Lenin e Iliénkov».
Moscú, 12 de agosto de 1974
¡Querido Sasha!
He recibido tu carta, y me ha obligado a reflexionar mucho mucho. Me refiero a la carta sobre la soledad y las «conclusiones». Querido mío, a los problemas que te has referido pienso que ni el mismo Hegel habría podido dar una respuesta definitiva y concreta. En esencia, estamos hablando de para qué la humanidad en general salió del estado animal y adquirió una capacidad tan laboriosa como la conciencia. ¿Con qué fin? Yo pienso sinceramente que para esta pregunta («¿para qué?») no hay respuesta. Para el materialista, por supuesto, el marxismo en general, como acertadamente decía Lenin, se erige sobre el terreno de la pregunta «¿por qué?», y para esta pregunta se puede alimentar la esperanza de encontrar respuesta.
¿Para qué existe el sol? ¿Para qué existe la vida? Cualquier respuesta a estas preguntas pertenecerá a la esfera de la fantasía, de la mala o la buena poesía. Se han conjeturado un millón de tales respuestas, a veces agudas, a veces de torpes y de popes. Tanto pesimistas, como gubernamentalmente optimistas.
En lo único que un materialista puede coincidir con un idealista, o con un fantaseador, es en que la conciencia —como hecho— es el más grande de los milagros del firmamento (sólo los cibernéticos, quizás, piensan que explicarla es pan comido).
Has comprendido correcta y agudamente que los problemas con los que te has topado no constituyen algo específico de los sordociegos. No voy a decir de forma hipócrita que la vista y la audición son cosas en general poco importantes, que en virtud de una conocida verdad dialéctica —«no hay mal que por bien no venga»— a tus veintiún años ya has alcanzado una conciencia que quiera Dios que posean miles de millones de personas videntes y oyentes. Conociéndote, sé que no tomarás unos dulces consuelos, que eres sordo a ellos. Entiendo que la sordoceguera no crea ni un —ni tan siquiera el más microscópico— problema que no sea un problema universal. La sordoceguera tan solo los agudiza: no hace nada más. Y por eso tú, a tus veinte años, los has comprendido y expresado más agudamente que la mayoría de las personas videntes y oyentes con educación superior: tan agudamente como muy pocos han logrado comprender. Créeme, esto no es un cumplido halagador dictado por el deseo de, en cierto modo, suavizar tus tortuosos pensamientos y estados de ánimo.
La conciencia: no solo es el milagro de los milagros; es también una cruz, y mucho más para los pensadores (y no solo para los pensadores). Muchos suponen seriamente que sin este «maldito» don divino una persona sería más feliz, y que todo el dolor del mundo existe, propiamente, solo en la conciencia. No en vano resulta que cuando se extirpa aunque sea un apéndice se procura apagar la conciencia durante ese tiempo. En ese mismo libro donde se dice que el hombre no vive solo de pan, asimismo se dice: «En mucha sabiduría hay mucha tristeza; y quien multiplica el conocimiento multiplica el pesar» (es de la Biblia, del capítulo «Eclesiastés», es decir, en ruso: ‘predicador’). Con estas mismas ideas se relaciona la antigua sentencia de que solo el ser humano es capaz del suicidio (el cuento sobre los escorpiones ya ha sido desmentido hace tiempo). No te sorprendas de que te cite la Biblia; no es en absoluto un libro clerical, tal como lo han hecho los sacerdotes. Es una gran obra poética, igual que la Ilíada y la Edda, y Eclesiastés (cómo se llamaba en realidad, seguramente nadie ya lo sepa); fue un poeta muy grande. Es a él a quien pertenece la definición del mundo y de la vida como «vanidad de vanidades y cada vanidad». Quizás sea el mayor pesimista de entre todos los poetas. Pero no tiene un pelo de tonto. ¿Sabías que son suyas las palabras: «El que cava una fosa caerá en ella»? ¿Y: «A quien rompe una cerca le morderá una serpiente»?… ¿Y todavía cientos de aforismos más que han pasado a todos los idiomas y culturas del mundo? Aquí, otro ejemplo (creo que ni siquiera sospecharías que fuera del mismo Eclesiastés): «Es mejor escuchar las reprimendas del sabio que escuchar las canciones de los necios». Y: «No te precipites a la ira, porque la ira anida en el corazón de los necios», «pues así como los sueños [que vemos y sentimos mientras dormimos] vienen con muchas preocupaciones, así se reconoce la voz del necio junto a muchas palabras».
Perdona, me arriesgo a reimprimir todo el poema.
Sasha, escribo todo esto porque la conciencia no solo es un milagro y una cruz, sino también el objeto más sutil en el firmamento: el más sutil, y por eso puede arruinarse por cosas que otro objeto ni siquiera sentiría. Y no es por la [falta de] «fuerza de voluntad», como decían algunos sinvergüenzas, «pensadores», sino solamente por faltarles inteligencia y coraje, algunas personas «se eliminaron a sí mismas». La conciencia, o «espíritu», como se le llamaba y se le llama, es —Hegel— «la capacidad de soportar la tensión de la contradicción». Propiamente, esta es simplemente otra definición de la conciencia.
Ella es pesada, la conciencia, una cosa, cuando el mundo no está montado de manera humana, y tú sabes cómo puede montarse. Y no te escuchan, incluso se ríen de ti, te llaman «utopista». No se debe en ningún caso sucumbir a los minutos de desesperación. He vivido cincuenta años y lo sé: a pesar de todo, ellos pasan, e incluso pensar en una «salida» del juego no es necesario. Mientras haya una gota de fuerza, hay que luchar. Por lo que consideras sabio y humano. De nuevo, el mismo Eclesiastés:
«Tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de afligirse y tiempo de danzar». Creo firmemente que también te llegará el tiempo de danzar, e incluso si también te ha llegado el tiempo de llorar. Pasará.
«Los ojos del sabio se hallan en su cabeza, pero el necio camina en las tinieblas». Y esto es Eclesiastés, que no estaba familiarizado con el problema de la sordoceguera, pero como poeta entendió, estarás de acuerdo, la esencia del asunto de una más inteligente que la [personificación estereotipada de la Navidad rusa, la] Madre Invierno…
Si realmente estuvieras solo —en soledad— yo no tendría derecho a aconsejarte el coraje de la conciencia. No estás solo, mi noble y sabio amigo. Cuando vengas, hablaremos larga y seriamente.
Tuyo, E. V.