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Cartas desde el frente (Évald Iliénkov, 1944-1945)

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HISTORIA

Cartas desde el frente (Évald Iliénkov, 1944-1945)

18/02/2025
8 min.

Artículo liberado del «Número 2 de PARA LA VOZ: El materialismo militante de Lenin e Iliénkov». Puede adquirirse el número en físico escribiendo a contacto@paralavoz.com

20 de enero de 1944

Irinka, estoy sentado desde que te dejé en la parada del trolebús y las lágrimas siguen brotando de mis ojos. Todavía estoy sentado aquí, son las doce y media.

Probablemente pronto llegue al punto en que, en algún lugar, frente a todos, te abrace y llore. Esto no es una broma, Irka, no puedo resistirme.

Te pido una cosa, Irka, conviértete en mi esposa; de lo contrario, todo esto terminará para mí, Dios sabe cómo. Nunca pensé que podría amar así.

Deja que seas mi esposa por un solo día; esta felicidad será suficiente para mí por el resto de mi vida. Incluso si te vas más tarde, incluso si el mundo entero se pone patas arriba más tarde, viviré solo con esta felicidad. Entonces romperé todo lo que me ata cuando te vuelva a ver. Ahora estoy dispuesto a darlo todo por ti, tanto la vida como la felicidad, todo al infierno. ¡Entiéndeme, Irka!

No creas, por el amor de Dios, que bebí ni una gota.

Iliénkov, subteniente de artillería, 1945.

23 de octubre de 1944

Ahora yo, al fin, estoy allí donde debía estar. Ahora tengo significativamente menos posibilidades de seguir con vida, y de salir ileso, ninguna, se podría decir que esas posibilidades quedan excluidas… Pero el estado de ánimo (aunque, a decir verdad, es necesario que lo que se llama «estados de ánimo» tenga poco poder sobre mí) está mejor, más tranquilo que hasta ahora. Desapareció esa insatisfacción, ese anhelo sin límites, que siempre surgen cuando te quedas por un tiempo en una ociosidad forzosa en un trabajo cuya inutilidad es clara como un día divino…

Los alemanes son testarudos, a sus espaldas: sus casas. Se aferran, entierran bajo el suelo los tanques, disparan día y noche sus armas, en una especie de ciega desesperación. Se volvieron justo aquí, en el umbral de sus viviendas, completamente locos de miedo ante el resarcimiento de sus acciones.

Mucho trabajo por delante… Aunque, si regreso, tendré el derecho de mirarte honestamente a los ojos, Irinka… Bueno, si no regreso –ahora cada una de mis cartas puede resultar la última– recuérdame en alguna ocasión. Y perdón por si la carta que te envié tras la muerte de Yashka no te gustó. ¿Vale?

P. D. Solamente, tú en Moscú no escribas nada sobre mí. Les escribí en tono diplomático…

10 de mayo de 1945

Es la tercera vez que me pongo a escribirte, y de nuevo no sé si seré capaz de acabar. Dos ya han sido rotas en pedazos.

Te extraño muy intensamente. En especial ahora que este infierno se ha terminado…

El estado de ánimo es tal que no echaría mano a nada, me desbocaría, escupiría sobre todo y a la carrera correría hasta Moscú, desde este Berlín que ya aborrece.

De noche, durante mucho tiempo no puedo conciliar el sueño, sigo imaginándome cómo irrumpiré yo en la entrada principal [del edificio de la calle] del Puente Kuznetsky, cómo tú me recibirás… Estoy acostado en la hierba entre unos árboles, y me parece que tú estás sentada a mi lado y en silencio me sonríes cariñosamente.

Y ando enfadado con todo, me siento así como se debe sentir una bestia atrapada en una jaula…

Y tú no me mimas con cartas. Bueno, ¡¿es que te es tan difícil manuscribir al menos una vez cada tres o cuatro días?!

P. D. ¿Semin vino a Moscú? ¿Y me habéis visto en el cine?

Padre e hijo Iliénkov, 1945.

13 de mayo de 1945

Berlín.

Hace dos días recibí tu carta por una entrega en una ocasión excepcional: por mi padre; y hoy, [he recibido] la del 27 de abril.

Por estas cartas supe con gran disgusto que tú, por alguna razón, no recibiste mis cartas, y solo sabías de mí por las cartas [que enviaba] a casa. Esto me entristeció mucho. Pues te escribía incluso con más frecuencia que a casa, no con menos…

A decir verdad, muchas de las cartas dirigidas a ti no las envié… Escribes, lees y te preguntas: ¿pasará a través de la censura?… Para escribir tus cartas yo siempre me sentaba cuando me surgía la necesidad de compartir con un ser querido algo emocionante e importante, y esto a menudo, sí, quizá la mayoría de las veces, contravenía los intereses de la censura…

Así que sepa el demonio si, tal vez, lo que yo envié acabaría allí en lugar de contigo…

Te escribí desde Danzig, desde debajo de Berlín y desde Berlín…

Escribes, Irinka, que estás un poco insatisfecha porque te describo lo que puedes ojear en los pe riódicos y casi nada sobre mí…

Así que en estos combates, que por su grandiosidad no tenían parangón, de algún modo todo lo personal, lo pequeño, realmente se suprimía por la visión fantástica de una catástrofe inconmensurablemente enorme, de cierta grandeza fascinante en los acontecimientos, así que yo ahora no puedo simplemente contarte algo sobre mí como un individuo en estos eventos… Es realmente así…

Aquí estoy sentado con mi padre ahora, y él está interesado precisamente en esto también… Y yo, en lugar de eso, le describo la imagen de la ruptura de las defensas en el [río] Oder, o la caída de Berlín. Estas imágenes eran hasta tal punto impresionan tes que recordar mi propio papel, el papel de un mero hombre, parece a la vez ridículo y tonto… Imagínatelo así…

Estamos sentados en la trinchera por séptimo día, bajo un bombardeo incesante. Todo esto es terriblemente aburrido. A veces te entretienes por la noche mirando el horizonte donde se supone que debiera estar Berlín. Y a veces ves sutiles y débiles haces de luz de los reflectores, o algunos colosales estallidos… A veces los [pilotos nazis de aviones del monopolio aeronáutico alemán] «Messerschmitts» traen y lanzan cinco o seis bombas aéreas. Los cañones abren fuego en la tiniebla… Y la tierra, hasta su último pedazo desgarrado y maltratado, está vacía. Y te atrapa un sentimiento que ya había experimentado con anterioridad, la sensación de la insignificancia y fragilidad del propio ser ante algo desconocido, que oculta su fuerza, cuya enormidad es algo aterrador de imaginar. Esto a veces lo había experimentado en sueños…

Este sentimiento, por supuesto, solo te atrapaba estando en la defensa [militar] apenas minutos, incluso solo instantes, un sentimiento subconsciente cuando te encuentras solo, cuando no estás ocupado preparando y haciendo todo lo que ocurre de un día para otro, cuando no inspeccionas todo esto[, el tanque,] como una persona que conoce todo el mecanismo de esta criatura hasta los últimos tornillos…

Pero a las 3 de la madrugada del 16 de abril, cuando se sintió que todo estaba preparado, nos despertaron y en voz baja nos leyeron el tratamiento del mariscal Zhukov y la orden: –«¡A ustedes se les ha concedido el honor de derrotar a las tropas enemigas en los accesos cercanos a la capital de la Alem.[ania] fasc.[ista]: Berlín, y, en un breve plazo, acabar la guerra!…». Y así todo lo que se escondía en las tinieblas y en la tierra, de repente, se desplegó y cobró vida a las 5:00 de la mañana del 16 de abril…

Había una densa niebla. No se veía el terreno del enemigo. Pero todas las trincheras estaban llenas de artilleros con periscopio. Todos se fijaban en sus relojes, cuyas manecillas avanzaban muy lentamente… Y en cuanto una aguja llegó a su sitio, todo –parece– el universo de pronto se llenó de una luz de rojo escarlata, toda la niebla se tiñó como de pintura, y a los pocos segundos golpeó los oídos un estrépito, en el que no se podían distinguir los disparos individuales… ¿Has oído la salva de mil cañones? Pues, aquí había, sin mentir, muchos y muchos miles…

Y esta luz y estruendo duró nada más y nada menos que dos horas y media. Para cualquiera todo esto resultaría un espectáculo abrumador…

Allí, adonde volaban esos centenares de toneladas de acero y TNT, adonde surcaban los meteoros «Katyusha» y «Luka M-Va» (esta cosa en el frente tenía un apodo un poco indecente), crecía un nuevo resplandor… Apestaba a humo y a quemado…

Pues, así que, imagínate, lo que puede sentir una persona a la vista de semejante asunto… Aquí hay tanto orgullo como alegría del participante, y un horror entusiasmante sencillamente del alma humana, y mucho más de aquello que no se puede expresar con palabras…

Y luego a este infierno marchó la infantería, y tras ellos nosotros…

La tierra desgarrada, la piedra rota de las antiguas casas, el ardor del incendio, y en el humo de un negro carmesí, milagro samente pervivía, todo en flor blanca, un manzano…

Y sobre todo eso, el rugido de cientos de motores en el aire, el crepitar de ametralladoras, el estruendo de cañones y los golpes de las explosiones… Cadáveres calcinados de personas y de tanques, de casas y de árboles…

Todo esto no se puede contar con sosiego… Involuntariamente es casi como si te deslizaras a la poesía…

Y el movimiento desenfrenado de la avalancha de tanques hacia una ruptura, muy arriesgada, cuando todo avanza por la autopista, y en ambos arcenes hay cañones disparando hacia ambas direcciones temerariamente… Adelante, a Berlín, ahí está, el fin de la guerra, tómalo, deprisa, deprisa… Todos negros, mugrientos, pero tan felices como nunca en una fiesta…

Y luego: el fuego consume en Berlín todo lo que los ingleses no habían tenido tiempo de destruir con bombas…

Estoy sentado en un alto campanario, y ante mí está él, Berlín… Mirar hacia abajo es aterrador, pareciera que estuviese a punto de derrumbarse por un proyectil perdido, y sepa el demonio cuánto volaría hasta el suelo; la gente de abajo son como hormigas… y, francamente, únicamente con esfuerzo de voluntad, bastante tenso, me obligué a no descender…

Combate por el día y por la noche. Estruendo, crujido, llama y brasa, sangre y cadáveres… Y el final: en tres globos aerostáticos se eleva hacia arriba, sobre la ciudad, un gran estandarte…

Y aquí hay algo extraño: ninguna sensación tempestuosa de alegría… La guerra ha terminado… Todo esto se percibió de alguna manera con calma… Nos sentamos a fumar… –«Bueno, se ha acabado, ¿es así?» –dirá sonriendo cariñosamente; «Es como que sí…, bueno, dame fuego…». De un modo completamente distinto que en Moscú, a juzgar por las fotos y el relato de mi padre… Esta es una especie de hábito, viene, ciertamente, del hecho de que después de una ardiente batalla un soldado recuerda que ayer se le soltó un botón, y está muy molesto por haber perdido su aguja y no poder coserlo… Inmediatamente había tantas cosas que requerían atención que para poder darse cuenta de toda la insustituible y gran alegría del momento no quedaba espacio en el alma… Y lo más importante: permanecías vivo, un pensamiento nada sorprendente para una persona viva, porque de otra manera no estarías…

Así que se requiere cierta mirada desde un lado para complacerse…

Otras vivencias personales: mucha pena por los niños y ancianos berlineses que vienen a pedir pan… Para mí la guerra ha terminado, pero para ellos comienza otra, puede ser, más cruel.

Y lo principal ahora, cuando ya no estallan los proyectiles, todo esto alrededor, estos trapos sobre mis hombros y todo lo demás, parecen tan repulsivos que estaría listo para arrojarlo todo y a la carrera correr a Moscú.

Ahora esta es la tarea más cercana y la única en mi vida… Y entrar corriendo a tu portal, abrir las puertas, irrumpir y acercarme hacia ti… Solo entonces, seguramente, sentiré la alegría que Moscú conoció el 9 de mayo…

Si no recibiste mis cartas, Irinka, no pienses, por dios, que te olvidé aunque sea por un minuto… Aquí te incluyo una carta que escribí y no envié, y como esta hay no una ni dos…