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La economía política del imperialismo (I)

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HISTORIA, ECONOMÍA

La economía política del imperialismo (I)

24/02/2023
19 min.

I. Monopolismo y exportación de capitales

Hace un año estalló la guerra más importante que se ha librado en suelo europeo desde la guerra de los Balcanes. Los partidarios de un bando y de otro se acusan mutuamente de imperialistas, y alegan defender su propia soberanía nacional frente al enemigo exterior. Sin embargo, si reducimos el concepto de imperialismo a una simple actitud beligerante de uno u otro país, a una manera agresiva de relacionarse externamente, la conclusión que se desprende es peligrosa y utópica a partes iguales: podríamos evitar las guerras si hubiese una cultura pacifista que se fundamente en el diálogo entre las distintas partes, por lo que si se inicia una guerra es porque alguno de los dos bandos está loco, es irracional, es malvado, etc.

Esta manera de entender el imperialismo y las relaciones internacionales no nos permite comprender los conflictos o alianzas que puedan establecer los países en distintos momentos, ni tampoco las dinámicas de la división internacional del trabajo y las crisis mundiales. De lo que se trata es de analizar los fundamentos económicos que subyacen a los modos de relacionarse entre los distintos países; se trata, por tanto, de analizar las relaciones de producción capitalistas a nivel internacional, que son la base sobre la que las distintas facciones de la burguesía se relacionan y compiten entre ellas.

Por tanto, si queremos estudiar qué es el imperialismo y cuáles son sus consecuencias, debemos entenderlo, ante todo, como el sistema económico dominante mundialmente en la actualidad. El imperialismo no es más que una fase histórica del desarrollo capitalista que limita y condiciona las maneras en las que los distintos países se relacionan. Lenin decía que «si fuera necesario dar una definición lo más breve posible del imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo»,Lenin, V. I. (1961). El imperialismo, fase superior del capitalismo, en Obras escogidas, Tomo I, Progreso.1 que «la sustitución de la libre competencia por el monopolio es el rasgo económico fundamental, la esencia del imperialismo».Lenin, V. I. (1916). «El imperialismo y la escisión del socialismo», Sbórnik Sotsial-Demokrata, núm. 2. Recuperado de https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/10-1916.htm2 A continuación veremos qué significa esto y por qué es tan importante para comprender el mundo en el que vivimos hoy en día.

1. El monopolismo como fase histórica del capitalismo

Para entender el desarrollo del modo de producción capitalista desde sus inicios hasta hoy debemos partir de la ley fundamental del capitalismo, es decir, de la producción y apropiación de la plusvalía como resultado de la explotación del trabajo por parte del capital.

Una parte de esta plusvalía se reinvierte en el proceso productivo y, por tanto, es transformada en capital. Así, al inicio de cada nuevo ciclo productivo la cantidad de capital en circulación es mayor que en el ciclo anterior, lo que permite a su vez un mayor retorno de beneficio. En consecuencia, a medida que los ciclos productivos se repiten una y otra vez con el paso del tiempo, se lleva a cabo un proceso de acumulación de capital.

Por otro lado, debemos tener en cuenta la competencia en el mercado. A medida que se van desarrollando las fuerzas productivas, el gasto total en medios de producción es cada vez mayor y aumenta la cantidad de capital necesario para que la actividad económica siga siendo rentable. Esto tiene dos implicaciones. Por un lado, los costes de entrada al mercado son mayores, por lo que se reducen las posibilidades de que aparezcan nuevos competidores. Por otro lado, las empresas que no son capaces de mantener el ritmo de la competencia se ven o bien desplazadas del mercado, o bien absorbidas por capitales mayores, especialmente en situaciones de crisis.

Así pues, tanto la acumulación del capital como su centralización son dos caras de la misma moneda que lleva en sus entrañas la tendencia al monopolio. El desarrollo lógico de las características fundamentales del modo de producción capitalista nos lleva directamente al monopolismo, y en ese sentido decimos que el imperialismo, como fase monopolista del capitalismo, es la continuación lógica de la libre competencia capitalista.

Por poner un ejemplo, en 1907 la centralización del capital en Alemania ya suponía que solo 586 empresas —un 0,017% del total de empresas en el país— contrataban a una décima parte de los obreros empleados totales —es decir, empleaban a 1.380.000 trabajadores— y consumían un tercio del total de energía eléctrica y mecánica. Paralelamente, casi 3.000.000 de empresas —un 91%— empleaban a menos de 5 trabajadores y consumían solamente un 7% del total de energía.Datos extraídos de los Annalen des deutschen Reichs [Anales del Estado alemán], 1911, Zahn, citados por Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo.3 Hoy la centralización del capital se ha desarrollado tanto a nivel global que menos de 150 firmas controlan el 40% de la riqueza mundial, y el 10% de los grupos cotizados en Bolsa obtiene el 80% de todos los beneficios obtenidos a escala mundial.

Esta centralización cada vez mayor de capital no debe confundirnos. Por un lado, el crecimiento desigual de los monopolios internacionales y la propia lucha de clases evitan la posibilidad de existencia de un único monopolio global.A este respecto se refirió Lenin en su crítica a la noción de ultraimperialismo de Kautsky.4 Por otro lado, a pesar de la tendencia al monopolio, no podemos esperar que desaparezcan por completo las pequeñas empresas o ni siquiera que se reduzcan en cantidad, sino que estas van apareciendo también de manera masiva, en un constante proceso de surgimiento y destrucción que muy pocas logran evitar.

Históricamente, el proceso de centralización del capital lleva, en cierto punto de su desarrollo, a la fusión de los capitales bancarios e industriales en lo que se conoce como capital financiero, que podemos definir brevemente como aquel capital controlado por los bancos y utilizado en la producción.

Lo cierto es que, originalmente, el capital bancario surgió como una sustantivación del capital industrial, es decir, que surge y se independiza relativamente de este. El capital industrial es el único tipo de capital que genera plusvalía, puesto que es el que se invierte en el proceso productivo, donde la fuerza de trabajo genera valor. Las otras formas modernas de capital, como el bancario o el comercial, surgen como escisiones del industrial y no generan valor, pero se utilizan de tal manera que permiten reducir el tiempo de rotación del capital industrial y, de este modo, se apropian de parte de la plusvalía generada por este. Lo que caracteriza al capital financiero, por tanto, es que esta fusión entre el capital industrial y el bancario no supone solamente que este último se reintegre en el primero, sino que además lo comienza a dominar, dictaminando dónde y cómo debe invertirse.

Así, la tendencia al monopolismo del capital se consuma con esta fusión entre distintos sectores de la burguesía, creándose de este modo grandes corporaciones capitalistas —vinculadas estrechamente a los Estados nacionales— que dominan los mercados dentro de sus fronteras y que, como veremos más adelante, se lanzan al mercado internacional con la intención de seguir expandiendo los espacios donde valorizar su capital.

Como la historia nos demuestra, el monopolismo no es solo una mera tendencia del modo de producción capitalista que pueda ser «corregida», sino que se trata de un hecho consumado, un hecho histórico. Lenin nos resume el surgimiento de los monopolios de la siguiente manera:

1) Décadas de 1860 y 1870: cénit del desarrollo de la libre competencia. Los monopolios están en un estado embrionario apenas perceptible.

2) Tras la crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cárteles, que son todavía una excepción. No están aún consolidados, son todavía un fenómeno pasajero.

3) Auge de finales del siglo XIX y crisis de 1900-1903: los cárteles se convierten en un fundamento de la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo.Lenin (1916). El imperialismo, fase superior del capitalismo.5

Decir que el capitalismo se ha transformado en imperialismo, que este es su fase superior, no implica afirmar de ninguna manera que las leyes fundamentales del modo de producción capitalista hayan sido anuladas, sino que, por el contrario, es su desarrollo lógico el que ha llevado a la existencia y dominio del capital financiero y los monopolios mundiales. Por tanto, afirmar que el imperialismo es una fase histórica en la que las lógicas del capital llevan al dominio de los monopolios, es afirmar que no hay alternativa dentro de los márgenes del capitalismo al sistema imperialista mundial. No podemos regresar a un capitalismo premonopolista.

2. La operatividad de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia

Como hemos visto, las lógicas del capital llevan necesariamente a la existencia de los monopolios. Sin embargo, ¿por qué es esto importante? ¿Qué relación tiene el monopolismo con la exportación de capitales? ¿Por qué es esto fundamental para entender las relaciones internacionales entre las clases dominantes de los distintos países?

Cuando los distintos mercados nacionales ya se han visto monopolizados por algunas grandes corporaciones capitalistas, estas se lanzan al mercado internacional en busca de nuevos mercados y de nichos productivos que explotar con el objetivo de seguir acumulando capital. ¿Y por qué hacen esto? La respuesta es sencilla: por necesidad. A los capitales no les basta con dominar una buena parte del mercado nacional, sino que necesitan seguir buscando nuevos espacios donde valorizarse. No se trata de ningún capricho de los capitalistas, sino de una necesidad básica del capital si quiere seguir siendo capital. Recordemos que el capital únicamente es tal cuando puede seguir acumulándose; el dinero y los bienes que no circulan simplemente son riqueza estanca que se devalúa.

Para entender esta necesidad debemos tener en cuenta otra de las características fundamentales del modo de producción capitalista: la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Básicamente, lo que esta tendencia expresa es una de las contradicciones del modo de producción capitalista: a medida que se desarrollan las fuerzas productivas y aumenta la productividad, el beneficio del capital tiende a disminuir en términos relativos.

Veamos las causas de esta tendencia. En el proceso productivo las máquinas no generan valor, sino que transfieren parte de su propio valor al producto. En cambio, la fuerza de trabajo en funcionamiento, la actividad humana, sí que genera valor; la fuerza de trabajo es la única fuente de valorización del capital. Con el desarrollo de las fuerzas productivas existe una tendencia objetiva a sustituir trabajo humano por maquinaria. Por tanto, la cantidad total de capital constante —el que se invierte en maquinaria, instalaciones, materia prima, etc.— tiende a aumentar respecto a la cantidad total de capital variable —el que se invierte en fuerza de trabajo—. En ese sentido, como la tasa de ganancia es la relación entre la ganancia y el capital total invertido, el hecho de que cada vez sea mayor la necesidad de capital constante respecto del variable implica que la ganancia producida disminuya con relación al capital invertido o, lo que es lo mismo, que la tasa de ganancia sea menor. Aunque los beneficios en términos absolutos puedan aumentar, los beneficios en términos relativos —respecto del capital total en circulación— tienden a disminuir con el tiempo.

La importancia de esta tendencia radica en que no se trata de una tendencia meramente individual de cada empresa por separado, sino que está en la base misma del modo de producción capitalista; se trata de una tendencia que opera a nivel general, es decir, que todas las ramas productivas en general tienden con el tiempo a la disminución de las ganancias capitalistas. A medida que se desarrollan las fuerzas productivas aumenta la cantidad necesaria de capital constante respecto del variable en relación con el capital global en circulación. Se trata de una característica estructural del modo de producción capitalista de la cual no puede escindirse.

Sin entrar en detalle sobre lo problemático que puede ser calcular la tasa de ganancia en la economía real y su enorme complejidad empírica, sí que pueden resultar ilustrativos los dos siguientes gráficos. Por un lado, el economista Anwar Shaikh, conocido por sus estudios estadísticos sobre las tendencias del modo de producción capitalista, elaboró el siguiente gráfico en el que se muestra, según su análisis, la evolución de la tasa de ganancia en los Estados Unidos desde 1947 a 1992:Anwar, Shaikh. (1996) «La crisis en las economías capitalistas», Realidad Económica, 140, mayo-junio 1996.6

Otro estudio más reciente de la Universidad de Massachusetts Amherst llega a unas conclusiones similares al analizar la tasa de beneficio agregada de distintos países entre el período de 1960 a 2019:Basu, Deepankar; Huato, Julio; Jauregui, Jesus Lara y Wasner, Evean. (2022). «World Profit Rates, 1960-2019», Economics Department Working Paper Series. 318.7

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Es por este motivo que la exportación de capitales se convierte en una necesidad, porque si el capital no encuentra nuevos mercados ni esferas productivas, nuevos espacios donde valorizarse, acaba estancándose en las estrechas fronteras nacionales y se ve irremediablemente abocado a una crisis.

Sin embargo, cuando decimos que la disminución de la tasa de ganancia a lo largo del tiempo es una ley tendencial, lo decimos porque, si bien es cierto que el desarrollo de las fuerzas productivas bajo las relaciones de producción capitalistas lleva necesariamente a esa disminución de los beneficios capitalistas, también es cierto que existen maneras de contrarrestar esa tendencia.

Ya Marx, en su época, analizó varias maneras de contrarrestarla, entre las cuales destacó el comercio exterior. Por un lado, la exportación de mercancías de los países industrializados a otros países en los cuales la productividad es menor permite vender dichas mercancías por encima de su valor y, así, tener mayores ganancias. Por otro lado, los capitales invertidos en países menos desarrollados en términos capitalistas, donde la tasa de ganancia es mayor debido al menor coste de la mano de obra, peores condiciones laborales, etc., permiten al país exportador recibir «más trabajo por menos trabajo». Como veremos en el próximo apartado, junto con el dominio del capital financiero y de los monopolios —y precisamente debido a ellos—, otra de las características fundamentales del imperialismo es la enorme importancia que adquiere la exportación de capitales en la configuración del sistema económico mundial.

3. Exportación de capitales y expansión capitalista

Como hemos mostrado hasta ahora, ante la constante amenaza que supone la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, la exportación de capitales se convierte en una necesidad del modo de producción capitalista. De hecho, un rasgo distintivo de la fase imperialista respecto de la premonopolista es precisamente que esta necesidad de exportar capitales cobra mucha mayor importancia, hasta el punto de convertirse en uno de sus fundamentos básicos.

Esto es así porque, del mismo modo que dicha exportación se ha convertido en una necesidad de los monopolios, son estos últimos los que han posibilitado la exportación masiva de capital. Si, como decíamos al principio del artículo, el monopolismo es el rasgo económico fundamental del imperialismo, es porque es la premisa para la generalización masiva de la exportación de capitales.

Durante el siglo XIX Gran Bretaña fue sin ningún tipo de dudas la gran fábrica del mundo. Ningún otro país era capaz de competir con las mercancías que exportaba. Sin embargo, cuando los monopolios se convirtieron en fundamentos de la vida económica a finales del siglo XIX y con ello se expandió el dominio del capital financiero, la exportación de mercancías se quedó en un segundo plano respecto a la exportación de capitales a la hora de reportar beneficios.Lo cierto es que la exportación de mercancías no deja de ser la exportación de la forma mercantil del capital, pero para simplificar la explicación lo expresaremos de esta manera.8

Suele ser mucho mayor la rentabilidad que aporta la inversión extranjera a través de préstamos y empréstitos, empresas que operan en el extranjero, etc., que no la producción de mercancías en el país doméstico y su posterior exportación. Esto tiene que ver con la composición orgánica del capital en los distintos países; llamamos composición orgánica del capital a la relación entre el capital constante necesario —maquinaria, etc.— y el variable —fuerza de trabajo—. Cuanto mayor es el primero respecto del segundo, mayor será la composición orgánica del capital. Como explicamos en el apartado anterior, una mayor proporción de capital constante en relación con el variable supone una disminución de la tasa de ganancia. Por tanto, cuanto mayor sea la composición orgánica del capital en una rama industrial o en una economía nacional, a igual tasa de explotación e intensidad del trabajo, menor será la plusvalía producida en un mismo periodo de tiempo. No obstante, Marx demuestra que los capitalistas se apropian de la plusvalía a través de las ganancias, y estas están determinadas en cada caso por la relación entre la participación de un capitalista particular en el total de capital desembolsado y este mismo capital total. Esto es, un capitalista tiende a recibir una ganancia que depende de la cantidad de capital que este haya invertido con respecto al total de capital. Por esta razón, los capitales con mayor composición orgánica tienden a beneficiarse de mayores tasas de ganancia que la media, ya que su inversión particular de capital con respecto al total de capital invertido es mayor al considerarse su enorme capital en forma de medios de producción. Aunque este hecho no resta al hecho de que el agregado de todos los capitales sigue estando determinado —aunque solo en su totalidad— por la ley tendencial de la caída de la tasa de ganancia.

Además, los capitales monopólicos con mayor composición orgánica de capital buscan incesantemente nuevas formas de ampliar sus tasas de ganancias para revertir (e incluso suspender temporalmente) dicha ley tendencial. Tras la gran crisis de 1973, por ejemplo, los capitales occidentales buscaron desesperadamente maneras de remontar la tasa de ganancia, tanto a través de la destrucción del movimiento obrero y sindical y la flexibilización del mercado laboral, como a través de la deslocalización, es decir, de un proceso de exportación masiva de capitales hacia regiones del mundo menos industrializadas y cuya fuerza de trabajo está mucho más desvalorizada que en los países occidentales.

En los países que importan estos capitales, o por lo menos en algunos focos determinados, se acelera el desarrollo económico e industrial, a la vez que se introducen cada vez más las relaciones de producción capitalistas. Así, se genera una gran división internacional del trabajo en la que se distribuye la producción mundialmente en función de las diferentes tasas de ganancia que reportan las distintas ramas de la producción.

Sin embargo, el desarrollo de las fuerzas productivas en el país importador no supone necesariamente que el conjunto de las clases trabajadoras —proletariado, campesinado pobre, trabajadores autónomos, etc.— vean aumentado su nivel de vida. La exportación de capitales no es únicamente una manera de acumular capital, sino que también es una herramienta de los capitalistas exportadores para influir decisivamente en la vida interna de los países importadores. Así se asienta, a través de la exportación de capitales, el dominio económico y político de otros países sin necesidad de establecer relaciones coloniales, a la vez que se intensifica la explotación de la fuerza de trabajo en ellos.

Sea como sea, la exportación de capitales no es algo unilateral. No existen países exclusivamente exportadores y países exclusivamente importadores, sino que la exportación e importación de capitales se han convertido en una relación social generalizada. Se crea así una gran red económica mundial en la que todos los países se convierten en dependientes los unos de los otros. Es ilustrativo el caso de las exportaciones entre Rusia y Europa, que las han paralizado en ciertos sectores con la intención de desestabilizar la economía enemiga, mientras que en otros sectores las han mantenido o incluso las han incrementado, en función de los intereses de los capitalistas de un país u otro.

La dependencia de un país respecto de las exportaciones de otro lo ponen en una situación de debilidad. Como hemos dicho, la exportación de capitales no es simplemente una herramienta económica para seguir acumulando capital, sino también una herramienta política de influencia en el exterior. Sin embargo, como hemos señalado ya, la dependencia entre los países no es unilateral, sino multilateral, todos los países dependen los unos de los otros, pero no en un mismo nivel; no es igual la capacidad de influencia de los EE. UU. en la vida económica y política de México, por ejemplo, que la capacidad de influencia de México sobre EE. UU.

Para representar estas relaciones de interdependencia desigual entre los distintos países, se suele utilizar la metáfora de la pirámide imperialista. En su cima encontramos a los países con mayores cantidades de capitales circulando en países extranjeros, lo que lleva aparejado una mayor influencia exterior sobre ciertos países, mientras que a medida que bajamos posiciones en la pirámide vamos encontrando a países con cada vez menor capacidad de influencia exterior. Sin embargo, debemos tener algo bien claro: todos los países compiten para escalar posiciones en la pirámide imperialista. Entre los países dominados por las relaciones sociales financieras no puede existir ningún país antiimperialista. Todos los que se someten a las relaciones de producción capitalistas se ven abocados, necesariamente, a la lucha encarnizada para dominar los mercados y las áreas más productivas a escala regional o mundial, esto es, a encontrar nuevos espacios de circulación y valorización del capital, a explotar fuerza de trabajo en otros países, etc. En definitiva, el imperialismo, como fase monopolista del capitalismo, es una fase histórica del modo de producción capitalista que lleva en sus entrañas el conflicto internacional, la competencia por los mercados, la intensificación de la explotación, y la posibilidad latente de nuevas guerras imperialistas generalizadas.

Notas:

  1. Lenin, V. I. (1961). El imperialismo, fase superior del capitalismo, en Obras escogidas, Tomo I, Progreso.
  2. Lenin, V. I. (1916). «El imperialismo y la escisión del socialismo», Sbórnik Sotsial-Demokrata, núm. 2. Recuperado de https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/10-1916.htm
  3. Datos extraídos de los Annalen des deutschen Reichs [Anales del Estado alemán], 1911, Zahn, citados por Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo.
  4. A este respecto se refirió Lenin en su crítica a la noción de ultraimperialismo de Kautsky.
  5. Lenin (1916). El imperialismo, fase superior del capitalismo.
  6. Anwar, Shaikh. (1996) «La crisis en las economías capitalistas», Realidad Económica, 140, mayo-junio 1996.
  7. Basu, Deepankar; Huato, Julio; Jauregui, Jesus Lara y Wasner, Evean. (2022). «World Profit Rates, 1960-2019», Economics Department Working Paper Series. 318.
  8. Lo cierto es que la exportación de mercancías no deja de ser la exportación de la forma mercantil del capital, pero para simplificar la explicación lo expresaremos de esta manera.