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La economía política del imperialismo (II): Desarrollo desigual y guerra imperialista

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ECONOMÍA POLÍTICA, HISTORIA, POLÍTICA

La economía política del imperialismo (II): Desarrollo desigual y guerra imperialista

21/04/2023
19 min.

En el primer artículo sobre la economía política del imperialismo, publicado hace unas semanas, situábamos que el imperialismo no es una simple actitud o modo de relacionarse externamente de uno u otro país, sino que el imperialismo es una fase histórica del capitalismo. Las propias dinámicas del modo de producción capitalista llevan a la concentración y centralización de capitales en grandes monopolios nacionales, primero, y transnacionales, después, que se lanzan al mercado mundial en busca de nuevas esferas de valorización. Con ello, aparece el capital financiero dictaminando el cómo y dónde deben invertirse los capitales, y el mundo entero se reparte en esferas de influencia que son constantemente disputadas entre las distintas potencias capitalistas.

Por tanto, las dinámicas hostiles en las relaciones entre países y su afán por dominar o hegemonizar amplias regiones del mundo no se dan por culpa de la avaricia o de la maldad de los capitalistas, sino que son producto de las propias lógicas del capital; es la tendencia decreciente de la tasa de ganancia la que convierte en necesidad la exportación de capitales y, con ello, la dominación de mercados externos.

En ese sentido, no podemos caracterizar a unos países capitalistas de imperialistas y a otros de antiimperialistas, sino que todos forman parte de una gran red internacional de relaciones de interdependencia desigual en la que los distintos monopolios, con el apoyo político y militar de los Estados nacionales, compiten por aumentar su influencia en el mundo y escalar posiciones en el sistema imperialista mundial.

I. Tendencia a la nivelación y superganancias monopolísticas

Como ya mencionamos en el artículo anterior, el capital, para seguir siendo capital, necesita encontrar espacios de valorización en los que invertirse y seguir acumulándose. Cualquier otro tipo de riqueza que no tenga como fin su autorreproducción y acumulación no puede ser considerada capital. Como el capital es esencialmente una relación social, cualquier herramienta, materia prima, dinero o recurso no es capital si se encuentra fuera del ciclo D-M-D’, como por ejemplo el gasto privado del capitalista.1

Por eso el capital busca siempre las mejores maneras de realizar su finalidad, esto es, de reproducirse y acumularse. Cabe mencionar, sin embargo, que esto no tiene que cegarnos ante el hecho de que el capital no genera más capital por sí mismo, sino que lo hace a través de la apropiación de la plusvalía generada por la fuerza de trabajo.

Esta cuestión es importante para entender cómo se mueve el capital, es decir, por qué bajo las relaciones de producción capitalistas las distintas ramas industriales y productivas se desarrollan de manera desigual de acuerdo a las propias necesidades de acumulación y circulación del capital.

Con el desarrollo de una rama productiva se genera un aumento en la composición orgánica del capital, es decir, aumenta la proporción de capital constante necesario —maquinaria, instalaciones, materia prima, etc.— respecto del capital variable —fuerza de trabajo—. Puesto que la fuerza de trabajo es la que genera valor, la mayor proporción de capital constante respecto del variable supone que el nuevo valor producido es proporcionalmente menor respecto del total de capital invertido.

Ahora bien, la ganancia apropiada por los distintos capitales no es proporcional a la cantidad de plusvalía generada por ellos, sino a su propia fuerza como capital en competencia con el resto de capitales. Tal y como explica Marx en el tercer tomo de El Capital, la plusvalía generada por un capital y la ganancia del mismo no son idénticas, sino que las ganancias de un capital particular dependen de su magnitud respecto del total de capital en producción.

Puesto que en las ramas con mayor composición orgánica la cantidad de capital acumulado suele ser mucho mayor que en aquellas ramas con una menor composición, esto explica por qué, a pesar de que las primeras generan menos plusvalía respecto de las segundas, se apropian de mayores ganancias respecto de la plusvalía que producen. Es decir, los capitales invertidos en esferas productivas con una elevada composición orgánica se apropian de plusvalía generada en otras ramas productivas. A esto le llamamos superganancias o ganancias extraordinarias: la apropiación por parte de unos capitales de una ganancia mayor a la plusvalía que producen.

Esto es posible debido a la acción de la tendencia a la nivelación de las tasas de ganancia; puesto que las ganancias entre las distintas ramas tienden a ser similares dada una misma cantidad de capital, aquellos capitales que generen menor plusvalía se apropiarán de parte de la plusvalía generada por el resto.

Marx explica esta tendencia a la nivelación de las tasas de ganancia de manera simple: como el capital tiene por objetivo acumularse en la mayor medida posible, los capitales se mueven de unas ramas de la producción a otras en función de la rentabilidad que estas generan debido a sus distintos niveles de desarrollo. Lo que esto genera es una tendencia a que las distintas tasas de ganancia se nivelen en una tasa media de ganancia. Tal y como lo resume Hilferding A pesar de ser un militante del Partido Socialdemócrata de Alemania, Hilferding fue sin duda uno de los economistas marxistas más notables de inicios del siglo pasado, y su libro El capital financiero (1910) aquí citado fue fundamental para la teorización leninista del imperialismo.2:

La aspiración subjetiva al mayor beneficio posible, que anima a todos los capitalistas individuales, tiene como resultado objetivo la tendencia a la creación de la misma tasa media de beneficios para todos los capitales.

Se llega a este resultado con la competencia de los capitales por las esferas de inversión, con la continua afluencia de capital hacia las esferas que ofrezcan una tasa de beneficios superior a la media y la fuga continua de las esferas con una tasa inferior a la media.

A lo que agrega: «Pero esta continua fuga e inmigración de capitales encuentra obstáculos que aumentan con el nivel del desarrollo capitalista».

En la época monopolista del capitalismo —el imperialismo—, esta tendencia a la nivelación de la tasa de ganancia encuentra ciertas dificultades relacionadas, ante todo, con la propia esencia del monopolismo y los frenos al libre cambio. Junto con el aumento de la composición orgánica del capital —mayor capital constante respecto del variable—, el desarrollo capitalista también supone un aumento cada vez mayor de capital fijo respecto del capital circulante. El capital fijo es aquel que se invierte en los medios de producción que transfieren, poco a poco, partes de su valor al producto final, por lo que se mantiene en funcionamiento varios ciclos productivos hasta ser desgastado completamente —edificios e instalaciones, maquinaria, aparatos y herramientas—. El capital circulante, por el contrario, es aquel que se invierte en las materias o herramientas que transfieren su valor completamente, de una sola vez, al producto final, por lo que deben ser renovados a cada ciclo productivo —materias primas, combustible, materiales auxiliares y fuerza de trabajo—. Por su propia condición y grado de especialización, el capital fijo encuentra muchas mayores dificultades para trasladarse fluidamente de una rama de la producción a otra. Por eso, cuanto mayor sea la necesidad de capital fijo para la producción, menor será la posibilidad de que los capitales circulen libremente entre las distintas ramas productivas dificultando con ello el establecimiento de una tasa de ganancia general. Sobre esto sería interesante estudiar si en la actualidad se busca transformar partes de capital fijo en capital circulante a través de la cada vez más popular «digitalización» y «trabajo telemático» o, por el contrario, si esto supone únicamente una descentralización del capital fijo, lo cual no deja de tener grandes implicaciones en la estructuración del mercado laboral y su «flexibilización» y, por tanto, en las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera y en sus posibilidades de organización.3

Además, las propias características del monopolismo y de la competencia monopolística suponen también un obstáculo para la nivelación de las tasas de ganancia: «la libertad del capital es una condición de la nivelación de la tasa de beneficios. Esta igualdad se perturba cuando la afluencia o fuga del capital no puede tener lugar libremente». Hilferding, R. (1910). El capital financiero.4

Sin embargo, si bien los monopolios suponen un freno para la nivelación de la tasa de ganancia, lo cierto es que ellos tienen, a su vez, la capacidad de superar estas dificultades a través, principalmente, de la unión de distintos sectores —centralización de capitales e internacionalización de la producción— y del control de precios.

En el capitalismo de libre competencia, en la época preimperialista, el precio se presentaba ante el productor como algo externo a lo que debía adaptarse; para los monopolios, sin embargo, el precio es algo relativamente sujeto a su decisión:

La ley objetiva del precio sólo se impone, sin embargo, a través de la competencia. Cuando las asociaciones monopolistas eliminan la competencia eliminan con ella el único medio con que pueden realizar una ley objetiva de precios. El precio deja de ser una magnitud determinada objetivamente; se convierte en un problema de cálculo para los que lo determinan voluntaria y conscientemente; en lugar de un resultado se convierte en un supuesto; en vez de algo objetivo pasa a ser algo subjetivo; en lugar de algo necesario e independiente de la voluntad y la conciencia de los participantes se convierte en una cosa arbitraria y casual. Ibid.5

Esto refuerza la apropiación de ganancias extraordinarias por parte de los monopolios. En la época imperialista, en la que se ha generalizado la exportación de capitales y se ha internacionalizado la producción, las superganancias capitalistas fluyen especialmente —aunque no únicamente— de los países menos desarrollados en términos capitalistas hacia los que forman parte de la cúspide imperialista. La operatividad de la tasa media de ganancia permite a los capitales con una mayor composición orgánica, que son los que se encuentran en las posiciones más avanzadas del desarrollo capitalista, apropiarse de valor generado en otros países. Esto, sumado a la imposición de precios de monopolio —venta de las mercancías por encima de su valor— y la mayor intensidad de explotación de fuerza de trabajo en países menos desarrollados, permite a los grandes monopolios apropiarse de enormes cantidades de ganancias extraordinarias que, en la época preimperialista, no era posible.

II. Sobre la ley de desarrollo económico y político desigual

Una vez expuestas, tanto en el apartado anterior como en el artículo anterior, las diferencias principales entre la economía política del capitalismo ascensional —el preimperialista— y del capitalismo monopolista —el imperialista—, pasaremos ahora a analizar las consecuencias políticas que se derivan de los nuevos fundamentos económicos del imperialismo.

Es bien sabido que el desarrollo económico y político desigual en el capitalismo viene de lejos y que, por tanto, no es algo específico de su fase imperialista. En la época ascensional del capitalismo, que es la época de las revoluciones burguesas, del libre cambio y de la industrialización y, con todo ello, de la creación de los Estados-nación modernos, los distintos países desarrollaban su industria y apuntalaban las relaciones de producción capitalistas de manera más o menos autónomas respecto de sus países vecinos. La mayor rapidez de desarrollo del modo de producción capitalista en un país no entraba necesariamente en conflicto con el desarrollo capitalista de otro país.

Sin embargo, en la época imperialista debemos tener en cuenta dos características que modificarán esto: por un lado, la lucha de los monopolios —con el apoyo político y militar de los Estados— por las esferas de influencia en un mundo ya completamente repartido entre las distintas potencias capitalistas; por otro, las relaciones de interdependencia que se derivan de la generalización de la exportación de capitales.

La internacionalización de la economía capitalista, que hace de los distintos mercados locales o regionales meros apéndices, aspectos o momentos del mercado mundial, implica que cualquier desbalance en el «equilibrio» entre los distintos monopolios lleva a estos a una encarnizada competencia. Con el desarrollo de la época imperialista, esto es, con el cada vez mayor grado de concentración y centralización de los capitales monopolistas, se conforman enormes asociaciones capitalistas internacionales, ya sean en forma de cárteles o distintas formas jurídicas de asociación empresarial, o ya sea en forma de alianzas políticas y militares entre estados. Así pues, el desbalance en el equilibrio del mercado mundial no es otra cosa que una modificación en la correlación de fuerzas entre distintas facciones de la burguesía que compiten entre ellas.

Pero, ¿cómo se dan estos «desbalances» que permiten a unos capitalistas adelantar a otros en el marco de la competencia? Lo cierto es que hay muchos factores a tener en cuenta, pero la causa fundamental para comprender esta cuestión es la conocida como ley de desarrollo desigual. Esta se da sobre la base de la tendencia a la nivelación de las tasas de ganancia. Es decir, el desarrollo desigual entre capitales no significa tanto el hecho de que los mayores capitales crezcan más rápidamente que los pequeños —que en muchas ocasiones sí ocurre de esa manera—, sino por el contrario que algunos de los pequeños capitales son capaces de crecer más rápidamente que los grandes.

Observando el caso de Gran Bretaña a inicios del siglo pasado, Lenin señalaba lo siguiente:

El capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes, pero este crecimiento no sólo es cada vez más desigual, sino que su desigualdad se manifiesta particularmente en la decadencia de los países más ricos en capital. Lenin (1916). El imperialismo, fase superior del capitalismo.6

En el transcurso de la lucha de clases y de la competencia interna entre las distintas facciones de la burguesía la ley de desarrollo desigual se concreta de distintas formas; ni todos los países ricos en capital decaen frente a los que tienen menor poder en un sentido capitalista, ni todos los países con menores niveles de desarrollo crecen en mayor medida que los que se encuentran por encima de ellos. Hoy, sin embargo, esta ley se manifiesta de manera clara y a ojos de todo el mundo ante el crecimiento acelerado de los capitales chinos y su creciente influencia mundial, frente a la cada vez mayor debilidad de los EEUU ante sus competidores.

Como ya comentamos al principio de este apartado, el desarrollo económico y político desigual no es algo específico de la época imperialista del capitalismo, pero sí que adquiere una nueva dimensión. Mientras que en el capitalismo ascensional el crecimiento, aunque desigual, se daba sin saltos, en el capitalismo imperialista, en el que todos los capitales están interconectados y se enfrentan por un mundo ya repartido, el crecimiento de unos capitales frente a otros se da a saltos, es decir, enfrentándose entre ellos y arrebatando mercados y esferas de influencia:

Bajo el capitalismo es inconcebible un reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que no sea por la fuerza de quienes participan en él, la fuerza económica, financiera, militar, etc. Y la fuerza de los que participan en el reparto cambia de forma desigual, ya que el desarrollo armónico de las distintas empresas, trusts, ramas industriales y países es imposible bajo el capitalismo. Hace medio siglo, Alemania era una insignificancia comparando su fuerza capitalista con la de Gran Bretaña; lo mismo puede decirse al comparar Japón con Rusia. ¿Es “concebible” que en diez o veinte años la correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas permanezca invariable? Es absolutamente inconcebible. Lenin (1916). El imperialismo, fase superior del capitalismo.7

Sintetizando un poco: el crecimiento de los distintos capitales no puede ser armónico, sino que se desarrollan a velocidades distintas debido a las propias lógicas de acumulación y centralización del capital. Esto lleva a que, en un mundo ya repartido, los distintos capitales, con todas sus capacidades —económicas, políticas y militares— se enfrenten por espacios de valorización limitados. El desequilibrio y el conflicto, por tanto, son consustanciales al modo de producción capitalista, y las guerras imperialistas la forma más extrema que adquieren estas contradicciones:

No hay ni puede haber otro medio que la guerra para comprobar la verdadera potencia de un Estado capitalista. La guerra no está en contradicción con los fundamentos de la propiedad privada, sino que es el desarrollo directo e inevitable de tales fundamentos. Bajo el capitalismo es imposible el crecimiento económico parejo de cada empresa y de cada Estado. Bajo el capitalismo, para restablecer de cuando en cuando el equilibrio roto, no hay otro medio posible más que las crisis en la industria y las guerras en la política. Lenin (1915). La consigna de los Estados Unidos de Europa.8

III. Guerra imperialista, pacifismo y lucha revolucionaria por la paz

La operatividad de la ley de desarrollo desigual y a saltos es la que hace del imperialismo un sistema esencialmente multipolar. Pero a diferencia de aquellos que ven la multipolaridad como algo positivo —como si al haber varias potencias que compiten entre ellas se equilibraran unas a otras y de este modo ninguna llegaría a dominar sobre las otras—, lo cierto es que este «equilibrio» multipolar no es sino la antesala para las guerras imperialistas. La paz, bajo las relaciones sociales imperialistas, no es otra cosa que una paz armada.

La carrera armamentística no se detiene nunca, y en momentos como el actual, en el que ya empiezan a manifestarse con fuerza las contradicciones del capital internacional —agudización de la crisis en los antiguos países del centro imperialista, invasión rusa de Ucrania, mayores tensiones entre potencias capitalistas, aumento de las luchas obreras en diversos países, etc.—, el gasto militar se dispara. En Alemania, se destinaron 100.000 millones de euros a modernizar el ejército a mediados del año pasado; en China se destinarán unos 225.000 millones de euros este año, un 7,2% más que el anterior; en España, el gasto militar aumentará un 25% en 2023 respecto del año anterior; etc. Estos ejemplos no son más que la expresión de una tendencia general propia del imperialismo, que es la militarización de la economía y de la vida social:

La militarización penetra ahora toda la vida social. El imperialismo es una lucha encarnizada de las grandes potencias por el reparto y la redistribución del mundo, y por ello tiene que concluir inevitablemente a un reforzamiento de la militarización en todos los países, incluso en los neutrales y pequeños. Lenin (1916). El programa militar de la Revolución Proletaria.9

Esta militarización no es simplemente una causa del aumento de las contradicciones imperialistas, sino que también las impulsa, generando más inestabilidad. Además, hay que tener en cuenta que, del mismo modo que la guerra es la continuación militar de la política, no podemos separar artificialmente la política exterior de la política interior. La militarización no es únicamente el reforzamiento de la defensa frente a otros bloques imperialistas, sino también el recrudecimiento de la represión interna y el aumento de los mecanismos de control.

En épocas de intensificación de las contradicciones capitalistas, no únicamente se ponen de manifiesto los conflictos entre distintas facciones de la burguesía, sino que también florecen claramente las contradicciones entre el trabajo y el capital, es decir, entre la burguesía y el proletariado. Las luchas obreras, como desde hace meses estamos viendo en Francia, Inglaterra o EE. UU., toman mayores dimensiones y mayor combatividad frente a la ofensiva del capital contra el trabajo, que busca intensificar la tasa de explotación para evitar la caída de la tasa de ganancia y seguir compitiendo con el resto de potencias imperialistas.

En este contexto, hablar de paz en abstracto es un absurdo. Todas las leyes, tendencias y dinámicas del orden social capitalista nos abocan objetivamente a un período convulso en el que la posibilidad de una guerra imperialista generalizada no está descartada. Si queremos hablar de paz, primero tenemos que hablar de abolir todas las condiciones materiales que nos llevan a la guerra. Y, como hemos visto a lo largo de este artículo y del anterior, en las entrañas del modo de producción capitalista se encuentra el germen de la guerra.

Sabemos que apelar a la buena voluntad, a la ética o a la moral —es decir, a un pacifismo abstracto— no nos llevará a ningún lado. A este respecto se refería Lenin:

No trabaja realmente en beneficio de la paz democrática el que repite los buenos y generales deseos del pacifismo, que nada dicen y a nada obligan, sino el que desenmascara el carácter imperialista tanto de la guerra actual como de la paz imperialista que ella está preparando; el que llama a los pueblos a la revolución contra los gobiernos criminales. Lenin (1917). Pacifismo burgués y pacifismo socialista.10

De lo que se trata, por tanto, es de plantear el proyecto político capaz de superar todas las contradicciones propias de las sociedades de clase y, de este modo, acabar definitivamente con las guerras:

Nuestro objetivo es el régimen socialista, el cual, al suprimir la división de la humanidad en clases, al suprimir toda explotación del hombre por el hombre y de una nación por otras naciones, suprimirá ineluctablemente toda posibilidad de guerra. Lenin (1917). La guerra y la revolución.11

Desvincular, por tanto, la consigna de la paz de la lucha revolucionaria no es más que una entelequia, una quimera. Esto nos lleva a una nueva cuestión: ¿cómo podemos, entonces, abolir el modo de producción capitalista? ¿No se opondrá el capital, con toda su fuerza política y militar, a una transición del modo de producción capitalista al comunista? A este respecto ya se refirió Marx en su estudio sobre la Comuna de París, cuando la burguesía prusiana y francesa, que hasta entonces estaban librando una guerra entre ellas, se aliaron para aplastar a los revolucionarios parisinos. A pesar de que las distintas facciones de la burguesía nacional e internacional puedan enfrentarse entre ellas a través de la guerra, lo cierto es que, cuando estalla una crisis revolucionaria, «todos los gobiernos son uno solo contra el proletariado» Marx (1871). La guerra civil en Francia.12. Esto también se demostró en el transcurso de la revolución soviética, tras la cual estalló una guerra civil de cinco años en la que más de una docena de países intervinieron militarmente en favor de las fuerzas zaristas.

Es en ese sentido que Lenin, consciente de que las fuerzas de la burguesía se aliarán en el mismo instante en que el proyecto revolucionario suponga un peligro real, señala:

Nuestra consigna debe ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta es la única táctica posible para una clase revolucionaria, táctica que se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista, y que es prescrita por este desarrollo. Sólo después de haber desarmado a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero sólo entonces; de ningún modo antes. Lenin (1916). El programa militar de la Revolución Proletaria.13

Es decir, el programa de la paz, que es el mismo que el del socialismo-comunismo, se encontrará ineludiblemente en su camino enormes dificultades y, paradójicamente, enormes conflictos. La única tarea pendiente que tiene la clase obrera de todo el mundo es, hoy, la destrucción del orden social capitalista. En un contexto como el que nos encontramos, en el que se intensifican cada día más las contradicciones del imperialismo, es necesario recuperar las enseñanzas que nos legaron los revolucionarios y los internacionalistas a lo largo del siglo pasado y recuperar el programa político independiente del proletariado para tirar, definitivamente, toda guerra y conflicto de clase al basurero de la historia.

Notas:

  1. Como el capital es esencialmente una relación social, cualquier herramienta, materia prima, dinero o recurso no es capital si se encuentra fuera del ciclo D-M-D’, como por ejemplo el gasto privado del capitalista.
  2. A pesar de ser un militante del Partido Socialdemócrata de Alemania, Hilferding fue sin duda uno de los economistas marxistas más notables de inicios del siglo pasado, y su libro El capital financiero (1910) aquí citado fue fundamental para la teorización leninista del imperialismo.
  3. Sobre esto sería interesante estudiar si en la actualidad se busca transformar partes de capital fijo en capital circulante a través de la cada vez más popular «digitalización» y «trabajo telemático» o, por el contrario, si esto supone únicamente una descentralización del capital fijo, lo cual no deja de tener grandes implicaciones en la estructuración del mercado laboral y su «flexibilización» y, por tanto, en las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera y en sus posibilidades de organización.
  4. Hilferding, R. (1910). El capital financiero.
  5. Ibid.
  6. Lenin (1916). El imperialismo, fase superior del capitalismo.
  7. Lenin (1916). El imperialismo, fase superior del capitalismo.
  8. Lenin (1915). La consigna de los Estados Unidos de Europa.
  9. Lenin (1916). El programa militar de la Revolución Proletaria.
  10. Lenin (1917). Pacifismo burgués y pacifismo socialista.
  11. Lenin (1917). La guerra y la revolución.
  12. Marx (1871). La guerra civil en Francia.
  13. Lenin (1916). El programa militar de la Revolución Proletaria.